jueves, 29 de diciembre de 2011

"El último día del año ...

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no es el último día del tiempo.
Otros días vendrán
y nuevos muslos y vientres te comunicarán el calor de la vida.
Besarás bocas, rasgarás papeles,
harás viajes y tantas celebraciones
de aniversario, graduación, promoción, gloria,
dulce muerte con sinfonía y coral,
que el tiempo quedará repleto y no oirás el clamor,
los irreparables aullidos
del lobo, en la soledad.


El último día del tiempo
no es el último día de todo.
Queda siempre una franja de vida
donde se sientan dos hombres.
Un hombre y su contrario,
una mujer y su pie,
un cuerpo y su memoria,
un ojo y su brillo,
una voz y su eco,
y quien sabe si hasta Dios…


Recibe con simplicidad este presente del acaso.
Mereciste vivir un año más.
Desearías vivir siempre y agotar la borra de los siglos.
Tu padre murió, tu abuelo también.
En ti mismo mucha cosa ya expiró, otras acechan la muerte,
pero estás vivo. Una vez más estás vivo.
Y con la copa en la mano
esperas amanecer.


El recurso de embriagarse.
El recurso de la danza y del grito,
el recurso de la pelota de colores,
el recurso de Kant y de la poesía,
todos ellos… y ninguno resuelve nada.


Surge la mañana de un nuevo año.


Las cosas están limpias, ordenadas.
El cuerpo gastado se renueva en espuma.
Todos los sentidos alerta funcionan.
La boca está comiendo vida.
La boca está atascada de vida.
La vida escurre de la boca,
mancha las manos, la vereda.
La vida es gorda, oleosa, mortal, subrepticia.


(Traducción de Rodolfo Alonso)

Carlos Drummond de Andrade nació en Itabira, Brasil en 1902 y falleció en Río de Janeiro en 1985. Fue poeta y narrador.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Germán dixit

Leí las palabras de Gruss. Releí. En vano. Lo sabía. Ya me lo habían contado. No en bar, ni en una cátedra. No lo leí de un libro. Tampoco de sueños. Cacheuta. Le gustan los textos de oraciones breves. Ella me lo dijo. “Ya se escribió sobre todo. El amor, la vida, la muerte. La cuestión es cómo contarlo”. No fue literal. Cacheuta. Lo tuvo que deletrear por teléfono. Allí comenzó. Una recomendación y un blog. Un mail y una llamada. Goteó, el tiempo. Nos abrimos como capullos. Lentos. A la primavera de la vida. Al otro. A nuestro estilo. Neurosis y viajes. Transeúntes vitales. Recolectando. ¿Nomeolvides? También me las presentó ella. Varias imágenes. Más descripciones. Música de fondo. Café. Viaja. ¿Vuelve? Allá. Acá. Depende. Tal vez. Soñado, eso sí. Todos dimos una vuelta a la escalera espiral. Estamos. Diferentes. Igual nos reconocemos. Hay algo. Un vínculo. Sí. De oraciones cortas. Cacheuta. Sí, con el metrobus. Un comienzo. Gracias.
Un nudito en la garganta y unas gotitas para la visión del alma. Debo confesar. El texto cayó como una llamada. Oraciones cortas. ¿Rotas? El tiempo que me dejaban los clientes. Limosnas que brillan.
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Muchas oraciones fueron desterradas por su caracter explicativo. (Nota del editor)
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Pd. Cuando puedas, envíame la respuesta del mail anterior.

Balance

En una semana más, exactamente, se cumplirían dos meses sin escribir en el blog.

Al 2 de noviembre, última entrada, llevaba algo más de un mes en Buenos Aires, después de emprender un viaje al que deseaba ir para cerrar una etapa, un duelo; un viaje que -al acercarse la fecha de partida- no quería abordar; un viaje que emprendí -finalmente- para "Nacer/me", literalmente; un viaje que me devuelve, en una semana, exactamente, al sitio que hace tres meses me vio partir.

Vivir es un viaje. Nacer lo es. Morir también.

La literatura es un viaje. Una palabra lo es. Un silencio también.

Desde el 2 de noviembre espero una idea qué contar o subir al blog (hubo qué contar, hubo qué subir). O un sentimiento -los hay, y muchos. Una imagen. Una melodía. Algo que compartir.

No tengo mucha idea de quiénes siguen a Laliebredorada, me llegan los comentarios, algunos están publicados.

En esta tarde, post Navidad, leo mi correo electrónico. Y qué suerte haberlo hecho.

Porque mientras me debato entre emociones -propias y ajenas-, distancias que quizás comiencen a crecer, afectos que abrazan entre lágrimas, sinceros deseos de felicidad, brindis por lo porvenir, rezos compartidos, los talleristas de Laliebredorada me escriben.

Ellos escriben y yo entiendo.

Entiendo qué es la docencia.
Comprendo el lugar que ocupa en mi vida.
Entiendo en qué consiste acercar la literatura, tenderla como quien extiende una caricia o un mantel.
Recuerdo de qué me salvó, y me salva cada día cuando la abro hacia los demás, hacia mi misma, hacia el Universo, bendito, porque a su tiempo, devuelve.

No le consulté a Germán si me permite copiar su mensaje, lo haré de todas maneras, por él, porque además es un magnífico ejercicio de escritura. Y porque en sus palabras reunidas en oraciones brevísimas supo condensar un año de trabajo con la palabra, de crecimiento, de lecturas (diversas, intensas, complejas, divertidas). Un año de encuentros semanales entre café, música, literatura y afecto. Y porque en sus palabras -de alguna manera- están Micaela, Lucía, Daniela, Laura (con su apoyo logístico), etc., etc.

Aquí estaremos el próximo año. Haciendo del vínculo con la literatura algo más que un "hobby", que un pasatiempo. Será un dejarnos llevar y estar. Será.