Después de su andar sosegado, buscaba un parador. Con una mirada algo distraída pero expectante, ensayaba una búsqueda rapaz por el interior del bar. Le había ocurrido ya repetir ese rito, continuar su andar y regresar al tiempo. Pero esa tarde, mientras la caída del sol resplandecía sobre la costanera, su ansiedad la llevó a desplegar una espaciosa lona sobre la escalinata trasera del parador que miraba al mar. No hizo más que sentarse, quitarse su capelina e iniciar la clausura de su hábito. “Lo que mi alma ignora/ eso es lo que quiero poseer/”- clamó a media voz ante el altar oceánico- “¿Para qué?... Si lo supiese, no haría/ versos para decir que aún no lo sé/ Tengo el alma...”, y su recitado se interrumpió. Una voz la llamó desde el interior del parador. Con la distancia que mediaba, solo se dejaba ver la sombra de un cuerpo colosal y de aristocrática elegancia que ella de inmediato supo reconocer. “Tengo el alma pobre y fría/ Ah, ¿con qué limosna la calentaré?”… y sin meditarlo, se dijo que ya era hora de probarlo.
22 de junio de 2007
*Todos los versos que aparecen en este relato pertencen al poema "No quiero rosas, con tal que haya rosas..." de Fernando Pessoa.
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