¿Qué más hiciste? Me enganché con Pirí Lugones, que supo ser la mandamás de la librería y editorial Jorge Alvarez. Nos cruzamos, por azar, en la esquina de Corrientes y Talcahuano. Pirí me conoció: yo superaba la media de los correctores de textos escritos por médicos y otros pasmosos devastadores de la lengua castellana. Y el idioma de los argentinos, claro. Pirí me llevó, con una prepotencia que le consentí, a su departamento de la calle Rivadavia. Y Reedson, ahora que nadie te escucha, decilo: te permitiste lo que suponías una suntuosa gratificación a tus cautas soledades. Y ya en el depto., Pirí me dice, hermosa su cara pequeña, y sombría también: Soy la nieta de un poeta y la hija de un torturador.
Pirí dejaba caer la cortina de maderas finas, angostas, multicolores, y eso era una señal para los otros habitantes del lugar –hijos, refugiados ocasionales, amigos en tránsito– de que su casa estaba dedicada a la exégesis del hospedaje. Supe que un grupo de tareas la atrapó, y se encargó de quebrar sus frágiles huesos, un destino que ella afrontó con desdén y altivez, por el sobresaltado, vacilante relato que me entregó un sobreviviente del sadismo impune de los émulos argentinos de la Gestapo hitleriana.
Fragmento de la última novela de Andrés Rivera. Artículo completo aquí
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