jueves, 29 de enero de 2015

Llorar a lágrima viva

Canción del marinero inmigrante
Vine una, dos veces,
aquí me quedé,
me conquistaron las veredas de Ensenada:
desparejas, era como
caminar en cubierta sobre un mar huracanado


ir perdiendo la memoria
es dejar un día de crear distancia,
ya no ser artefacto del mar


una vez, en una costa del sur,
logré escribir sobre una ola,
y fuimos varios en leerla,
la palabra palabra


por ese entonces era joven
y capaz de apagar un faro con un dedo,
las rocas aullaban escondites,
para las sirenas yo no era un marinero
de un mar cualquie
ra


me tendía a dormir
y las gaviotas lo borraban al sol
con dos alas,
impresión perpetua
de estarme vistiendo
para una fiesta


pequeña mandrágora de mi bolsillo,
fui yo quien abrazó al mansuela
del que todos se apartaban
en el puerto de Sydney


pero nunca lloré:
una vez que se empieza,
¿qué razones hay para dejar de llorar?


de un tío irlandés
heredé la palabra oblivion,
la encontré entre varios objetos
a mí destinados
a la muerte de ese human being,
amaneceres en hilachas,
días y noches en que el cielo
hiede a rata muerta


América la ofrecida, me digo
mirando el yuyal incesante


morir será
encender una lámpara
en la casa desconocida.


Arnaldo Calveyra, poeta, dramturgo y novelista
(1929, Entre Ríos -Argentina- / 2015, París -Francia-)

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