En el año 2012, Brandon Bryant trabajaba en una base aérea en un desierto norteamericano de Nuevo México.
Era un piloto de avión, que mediante catorce pantallas y varios teclados teledirigía a los aviones sin piloto, los llamados drones, a diez mil kilómetros de distancia.
En cierta ocasión, apareció en las pantallas una casa de campo de Afganistán, con establo y todo. Se veía hasta el último detalle.
Quince segundos: desde la lejanía, el comando dictó la orden de fuego. Diez segundos: Brandon advirtió al comando que en una de las pantallas había visto un niño que corría en torno a la casa. Seis segundos: se repitió la orden. Cinco segundos: Brandon oprimió el botón. Tres segundos: el dron dejó caer un misil. Dos segundos: un fogonazo, una explosión, el misil derrumbó la casa, la casa desapareció y el niño también.
Sólo quedó el humo.
–¿Dónde está el niño? –preguntó Brandon.
La máquina no respondió.
Brandon repitió la pregunta.
Por fin, la máquina dijo:
–No era un niño. Era un perro.
–¿Un perro de dos piernas?
Y Brandon Bryant renunció a la carrera militar.
Eduardo Galeano, Cazador de Historias, Editorial Siglo XXI
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