–¿Cómo concibe la práctica de ese viaje inmóvil que promueve la lectura?
–La idea de una lectura “pura”, de alguien que abre un libro y se sumerge en ese libro de la primera a la última página, es inexistente. Todos nosotros leemos de a trozos, mientras vamos viviendo y el mundo sigue andando. Creo que mi deseo fue colocar un espejo frente al acto de la lectura, no para mostrarlo como un proceso coherente, unánime, sino fragmentario, como una parte más de la vida. Tiene la misma validez que, por ejemplo, al contemplar un atardecer precioso; eso se va a sentir de una manera especial, y será expresado en este mismo sentido a la persona con la que esté. De la misma forma, la lectura de ciertos textos se comunica con nuestras actitudes cotidianas, y nuestras actitudes cotidianas influyen sobre lo que estamos leyendo. Leer un libro cualquiera estando de vacaciones, en una playa, sin pensar en nada, es una cosa y tendrá un resultado muy distinto a hacerlo, por ejemplo, si uno aborda el mismo texto después de perder a una persona amada.
–¿La lectura en estos tiempos de vértigo, puede entenderse como un arte anacrónico?
–Bueno, anacrónico no, porque la lectura tiene su propio tiempo. Cada texto determina su ritmo de acuerdo a su relación con el lector, a veces puede resultar más lento, a veces más rápido. Ciertamente la lectura profunda no se ve facilitada por los valores que nuestra sociedad promociona: velocidad, brevedad, superficialidad, inmediatez, no son justamente cualidades de la lectura, más bien todo lo contrario. Pero, nuevamente, podemos elegir. Desde luego, encontrar los lugares o situaciones que permiten una lectura profunda en nuestra sociedad se hace cada vez más difícil. Creamos la ilusión de lectura en un medio que no se presta a la lectura, del mismo modo en que creamos la ilusión de una conversación en un medio que no es apto para la misma.
–Con el desarrollo de las nuevas tecnologías, asistimos una vez más a toda una serie de profecías que le pusieron al libro fecha de vencimiento. ¿Cuál es su percepción al respecto?
–Es un fenómeno que suele darse con cierta frecuencia. Cuando miramos la historia del libro o de la lectura, es importante evitar la cronología convencional, yendo de lo más primitivo a lo más elaborado, de lo peor a lo mejor, porque nunca son ciertas estas categorías. Recuerdo que entre los primeros incunables que produce la imprenta de Gutenberg hay complejísimos libros que incorporan aparatos mecánicos recortados, soportes que aparecían pegados, es decir, toda una serie de elementos que volvieron a aparecer en el siglo XIX y una vez más recogió el pop art en el siglo XX. Lo que nosotros pensamos como una de las versiones más recientes del libro es también una de las más antiguas. Hoy nos maravillamos con los links y la posibilidad de acceder a hipervínculos, cuando en las primeras biblias presentaban el texto propiamente dicho en el centro de la página, la glosa alrededor, anotaciones de la glosa rodeando, en fin, elementos que ya prefiguraban lo que hoy nos maravilla. Hay que hacer notar que el valor de la invención, de lo absolutamente nuevo, de lo original, es algo reciente, precisamente, nuevo. Hace siglos a nadie le importaba hacer algo nuevo, sino utilizar lo que había en forma algo mejor, en otro contexto. Yo creo que durante mucho tiempo tuvimos un sentido mucho más práctico de lo que es práctico.
Alberto Manguel al ser entrevistado para el diario Tiempo Argentino. Ir al texto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario