En el mundo en que vivimos, desde el momento en que un niño carece del abrazo y el arrullo de su madre, somos todos parte de un episodio trágico en el que sufrimos nuestro propio abandono. Es una escena muda. Aunque hayamos tenido una madre hermosa y protectora, nos rehusamos a pensar que el mundo debe ser así, y reaccionamos como para intentar rehacer los lazos que son el origen del crecer. Ser abandonado por la madre es ser devuelto al mundo de otra manera, la del silencio.
Una canción de cuna es un encuentro entre la piel y el aire. Es el toque de un ángel en medio de la locura de las horas, que nos presenta la paz como el cauce fundamental de la propia conciencia y la sensibilidad.
De ahí en más, cantar una canción de cuna es un acto materno, nos pone en la piel del que ampara y es amparado y se desvive en hacerlo. El niño debe ser uno mismo.
Y también desde esa misma imagen de preciosos latidos compartidos, uno puede volar un poquito y pensar que también estamos arrullando al mundo.
Gracias por hacerme participar de esto.*
*Palabras escritas por Luis Alberto Spinetta a propósito de su participación en el CD "Canciones de cuna", editado por la Casa de la Cultura de la Calle donde participan de diversos talleres más de cuatroscientos chicos de hogares, institutos y escuelas en situación de calle. Ir al artículo completo
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