La espera es un encantamiento. Recibí la orden de no moverme,
y lo siento: estoy inerme bajo el cristal blindado del ojo
que me ha mirado sin verme. Haría falta un diamante de punta contra el vidrio
para cortar el embrujo, una insición por facetas, la dureza
del iridio. Te tengo, decía, donde no estás y yo me he ido
porque todo lo ha volado un vendaval
que roba el sitio: el sentimiento. Raro lugar
de soledad en pedazos que este dolor atesora y es roja, y es tanto,
que me corre del encanto. Caigo hacia lo real y sé que si estuvieras
caería más hacia el centro. Caigo hacia adentro. Espero porque es extraño
estar donde nadie queda mientras la hora suena y su textura se cumple
en la promesa de la seda: voy a sentir por retazos. Aunque sea
de una pieza sin suturas… Tu piel era pálida y era esa cosa peculiar
de la nube pasajera que sin la lluvia la presagia en otro lado,
y lo mismo nos refresca: esta noche mi espera dura hasta que amanezca.
Va a escapar, esta cantado en la voz espaciosa del presente
que ya ha pasado y… sí, echo lazos allí. Era cálida, decía, con el calor
como esposa aliada contra tu flanco, mal avenida al espacio
que cabía a los demás. Al irte, me quedo en el blanco sin el muro
de tus brazos y sin el gesto reacio, más duro, del corazón reticente.
No hay razón para odiarte que no sea la verdad: para el amor no hay resquicio
que incluya a dos, y en vicio de la voz, a esta hora,
sólo urde lo perdido. Soy el presente, fatal,
que demora la ocurrencia y que anticipa
el sentido.
***
Sólo sé salir de mí para buscarte entre rocas de lava,
líquenes secos y briznas mojadas de saliva o lágrimas. Tengo
los ojos llenos de invocarte cuando las estrellas frías queman,
en el techo de la noche, tenues agujeros en lo alto. Sé
que vendrás, que alguna vez
esa montaña fue volcánica.
Mirta Rosenberg, en Teoría Sentimental (1994)
tomado de El árbol de las palabras, Obra reunida 1984-2006/ Bajo la Luna
y lo siento: estoy inerme bajo el cristal blindado del ojo
que me ha mirado sin verme. Haría falta un diamante de punta contra el vidrio
para cortar el embrujo, una insición por facetas, la dureza
del iridio. Te tengo, decía, donde no estás y yo me he ido
porque todo lo ha volado un vendaval
que roba el sitio: el sentimiento. Raro lugar
de soledad en pedazos que este dolor atesora y es roja, y es tanto,
que me corre del encanto. Caigo hacia lo real y sé que si estuvieras
caería más hacia el centro. Caigo hacia adentro. Espero porque es extraño
estar donde nadie queda mientras la hora suena y su textura se cumple
en la promesa de la seda: voy a sentir por retazos. Aunque sea
de una pieza sin suturas… Tu piel era pálida y era esa cosa peculiar
de la nube pasajera que sin la lluvia la presagia en otro lado,
y lo mismo nos refresca: esta noche mi espera dura hasta que amanezca.
Va a escapar, esta cantado en la voz espaciosa del presente
que ya ha pasado y… sí, echo lazos allí. Era cálida, decía, con el calor
como esposa aliada contra tu flanco, mal avenida al espacio
que cabía a los demás. Al irte, me quedo en el blanco sin el muro
de tus brazos y sin el gesto reacio, más duro, del corazón reticente.
No hay razón para odiarte que no sea la verdad: para el amor no hay resquicio
que incluya a dos, y en vicio de la voz, a esta hora,
sólo urde lo perdido. Soy el presente, fatal,
que demora la ocurrencia y que anticipa
el sentido.
***
Sólo sé salir de mí para buscarte entre rocas de lava,
líquenes secos y briznas mojadas de saliva o lágrimas. Tengo
los ojos llenos de invocarte cuando las estrellas frías queman,
en el techo de la noche, tenues agujeros en lo alto. Sé
que vendrás, que alguna vez
esa montaña fue volcánica.
Mirta Rosenberg, en Teoría Sentimental (1994)
tomado de El árbol de las palabras, Obra reunida 1984-2006/ Bajo la Luna
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