Una vez rebelde, siempre rebelde. No se puede evitar. No se puede negar. Y es mejor ser un rebelde para demostrarles que no rinde intentar domarte. Las fábricas y los convenios laborales y las compañías de seguros nos mantienen vivos y coleando –o eso dicen– pero son trampas que te tragan como arenas movedizas si no sos cuidadoso. Las fábricas te hacen transpirar hasta morir, las negociaciones laborales te hacen hablar hasta morir, y la oficina de impuestos te ordeña el sueldo y te roba hasta morir. Y si te queda algo de vida en el cuerpo después de todo esto, el ejército te recluta y recibís un balazo y morís. Es dura la vida si no cedés, si no evitás que el gobierno te hunda la cara en el barro, aunque no hay mucho que puedas hacer si no empezás a juntar dinamita para volarlo por los aires. Te gritan: “Votá por mí, y esto y aquello”, pero al final es lo mismo por quién votás porque termina en un gobierno que te llena de sellos hasta que no te podés ver la mano, y lo que es peor, te convence de que les permitas seguir haciéndolo. Te agarran por las bolas, por la espalda y por la cabeza, hasta que están seguros de que vas a responder a su silbido.
Pero escuchame: esos son mis mejores amigos, porque me hacen pensar, y ése es su gran error, porque sé que no soy el único. Un día van a ladrar y no vamos a correr al corral como ovejas. Un día van a sacudir sus linternas y van a aplaudir y van a decir: “Vamos, muchachos. Formen fila y retiren su dinero. No vamos a dejar que mueran de hambre”. Pero a lo mejor algunos de nosotros preferiremos morir de hambre, y entonces va a ser cuando empiecen los problemas.
... Y espero no estar acá para verlo, pero sé que voy a estar. Soy un cabrón tratando de cagar al mundo, y no se sorprendan, porque eso es lo que el mundo está tratando de hacerme.
Por Alan Silliote. Ir al enlace
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