Soneto de tus vísceras
Harto ya de alabar tu piel dorada,
tus externas y muchas perfecciones,
canto al jardín azul de tus pulmones
y a tu tráquea elegante y anillada.
Canto a tu masa intestinal rosada,
al bazo, al páncreas, a los epiplones,
al doble filtro gris de tus riñones
y a tu matriz profunda y renovada.
Canto al tuétano dulce de tus huesos,
a la linfa que embebe tus tejidos,
al acre olor orgánico que exhalas.
Quiero gastar tus vísceras a besos,
vivir dentro de ti con mis sentidos...
Yo soy un sapo negro con dos alas.
Baldomero Fernández Moreno
Poética
La poesía no nace. Está allí, al alcance
de toda boca
para ser doblada, repetida, citada
total y textualmente.
Usted, al despertarse esta mañana,
vio cosas, aquí y allá,
objetos, por ejemplo.
Sobre su mesa de luz
digamos que vio una lámpara,
una radio portátil, una taza azul.
Vio cada cosa solitaria
y vio su conjunto.
Todo eso ya tenía nombre.
Lo hubiera escrito así.
¿Necesitaba otro lenguaje,
otra mano, otro par de ojos, otra flauta?
No agregue. No distorsione.
No cambie
la música de lugar.
Poesía
es lo que se está viendo.
Joaquín Gianuzzi
Circus
Como el que en círculos -atento- trota y da vueltas en la pista.
Como el que atento, alrededor de ese centro, da vueltas y trota.
Como el que trota y da vueltas en la pista atento:
olfateando su hocico el terror del tormento.
Leónidas Lamborghini
Vanidad de vanidades
Vivimos para una casa
que no podremos construir,
para un viaje que no haremos
y para un libro que nunca
llegaremos a escribir;
como un dibujo trazado
en una hoja cuyos límites
exiguos no han permitido
la inclusión total de un plano.
Silvina Ocampo
Era una tarde gris y seca
Pero septiembre ya le daba
no sé qué gracia infantil: mejor, adolescente.
Qué aroma de niñez, de quince años vagaba?
Qué secreta nostalgia que quería azularse?
Septiembre, gracia alada
en la sequedad gris con varas finas...
Al final fue todo
una soledad celeste vago y arena.
Los niños, de qué mundo, jugaban a la ronda
sobre un fondo de islas de ceniza?
Un viento de ilusión hacía más pálido el polvo.
Juan L Ortíz
Después de la muerte,
alma mía,
no me lleves a pasear en coche
por esos aburridos domingos
de mi infancia.
Y cuidado, alma mía,
con la luz:
que no te vaya a prender fuego.
(Yo voy a ir sin manos
a tu lado.)
Héctor Viel Temperley
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