Diario de Clase
"¿Me contás cómo empezó todo?", sentenció hoy Martín al verme.
Evadí la respuesta con un "No sé muy bien, dejame pensarlo y en el próximo encuentro, lo conversamos, te parece?". Bajé las escaleras y me fui. Entonces, recordé.
Nada hacía prever al comenzar esta mañana -tan acuática y tan frugal- que nos despediríamos para llevarnos uno en el otro.
A veces, sucede así. Nos encontramos, con Martín y sus compañeros, para regalarnos simplemente un "buen día". Conversamos por unos minutos de cualquier cosa, todos a la vez. No nos molestan las voces superpuestas. Tomamos cada uno un lugar. Planteo el tema: "Hoy, la vanguardia en la poesía". Detrás de mi exposición vendrá el debate, las preguntas y las repreguntas. Comentarios que van, comentarios que vuelven. Y entre tanto, diviso hojas y lápices que procuran registrar ideas, sentimientos, "toma de apuntes" que le decimos. Sucede muchas veces que nos reímos: de ocurrencias, de equívocos, de absurdos, de ignorancias propias y ajenas. Vamos así, entre ejercicio y ejercicio, poblando el aire de palabras. Leemos fervorosos, devotos. Siempre pidiendo más. "¡Que no termine!", escucho por lo bajo. Dejamos entrar a nuestra invitada de cada encuentro, la Literatura. Nos entregamos a su abrazo en el huequito izquierdo que espera. Volamos unos instantes. Regresamos extasiados. Sabemos que hemos llegado al final. Partimos llevándonos una idea, una frase que no nos pertenece pero nos dice, un sentir diferente. Una historia por averiguar, una ficción por concluir, un “queda para la próxima”.
De pronto, desde el fondo del aula, otra vez Martín con sus dieciséis cristalinos años que me dice: "Pero, Noemí, no se puede terminar así la clase. Nos dejas como al Sultán de las Mil y Una Noches, ¿te acordás?”
Le sonrío con los ojos, después lo miro entre sorprendida y emocionada. "¡Cómo no recordarlo!", pienso entre mí. “Ahí está tu respuesta, Martín: Todo empezó con mi Sherezade”.
Me sonríe. Le sonrío. Sabemos de qué hablamos.
Mientras bajo las escaleras, pienso quién habrá sido tu Sherezade, la Sherezade de cada uno de los que saludo y despido. Qué historias los anidan sin saberlo, sin recordarlo aún. "Ya las recordarán", pienso, y me voy.
Camino. Mucho camino. Como quien busca sabiendo que ya no va a encontrar. Mientras regreso, en el andar, el cielo me indica mi Sherezade. Abierto y claro, en él reconozco los cuentos de la niñez, aquella huida de Italia, las historias familiares que todos repetimos, tus anécdotas escolares y tus bravuconadas, tus certeros relatos barriales y este puñado de historias en las que te seguiré encontrando, Papá, cada vez que salga a buscarte y no te encuentre.
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