miércoles, 28 de marzo de 2012

Dedicatorias












*
Sé que estás leyendo este poema 
tarde, antes de dejar la oficina
esa de la intesa luz amarilla y la ventana en penumbras
en el cansancio de un edificio que se diluye en la quietud
mucho después de la hora pico. Sé que estás leyendo este poema
en una librería, de pie, lejos del mar
una tarde gris a inicios de la primavera, con débiles copos de nieve
llegados desde el enorme espacio de praderas que te rodean.
Sé que estás leyendo este poema
en un cuarto donde tuviste que tolerar demasiado
las sábanas se ven revueltas, paralizadas sobre la cama
y la valija abierta habla de un vuelo
pero no puedes partir todavía. Sé que estás leyendo este poema
mientras el subte pierde impulso y antes de correr
escaleras arriba
hacia una clase de amor desconocido
que tu vida aún nunca permitió.
Sé que estás leyendo este poema a la luz
del televisor donde imágenes sin sonido irrumpen y se suceden
mientras esperas noticias de la intifada.
Sé que estás leyendo este poema en una sala de espera
entre ojos conocidos y hostiles, llena de empatía con extraños.
Sé que estás leyendo este poema bajo una luz fluorescente
con el aburrimiento y la fatiga de los jóvenes excluidos,
que se excluyen a sí mismos de la vida con excesiva rapidez. Sé
que estás leyendo este poema con la vista que te falla, que gruesos
lentes agigantan estas letras hasta borrar todo sentido, y aun así
persistes porque el abecedario mismo es valioso.
Sé que estás leyendo este poema mientras esperas que en la cocina
se caliente la leche, con un niño que llora en tus brazos, un libro en la
mano
porque la vida es breve y tú también estás sedienta.
Sé que estás leyendo este poema escrito en un idioma que no es el tuyo
adivinando ciertas palabras mientras otras te fuerzan a seguir
y yo quiero saber cuáles son esas palabras.
Sé que estás leyendo este poema con el deseo de oír algo, desgarrada
entre la amargura y la esperanza.
como quien regresa una vez más a la tarea indispensable.
Sé que estás leyendo este poema porque no queda
ya nada que leer
ahí donde llegaste, desnuda como estás.

*Adrienne Rich, traducción de María Negroni.

lunes, 26 de marzo de 2012

Ser y Estar



No más acopios

inútiles

ni enseres

ni baratijas

ni repisas

sólo paredes blancas

un pantalón

una camisa

una campera de cuero

un pan para cada día

una mínima cuota de carne

poca verdura

alguna fruta

qué más?

tardes vacías

para subir al cielo solitario


Recién ahora empieza

la gimnasia


Hugo Gola
Poema extraído de FILTRACIONES: Poemas reunidos. Prólogo de Juan José Saer. Colección Tierra Firme. FCE


lunes, 19 de marzo de 2012

Sólo tiene mujer quien puede


El irrespeto por la naturaleza ha afectado la supervivencia de varios seres, y entre los más amenazados está la hembra de la especie humana.

Tengo apenas un ejemplar en casa, que mantengo con mucho celo y dedicación, pero en verdad creo que es ella la que me mantiene. Por lo tanto, por una cuestión de auto-supervivencia, lanzo la campaña “Salvemos a las mujeres”.

Tomen de acá mis pocos conocimientos sobre la fisiología de la feminidad, con el fin de que preservemos los raros y preciosos ejemplares que todavía quedan:

1. Hábitat:
La mujer no puede vivir en cautiverio. Si está enjaulada, huirá o morirá por dentro. No hay cadenas que las aten y las que se someten a la jaula pierden su DNA. Usted jamás tendrá la posesión sobre una mujer; lo que la va a atar a usted es una línea frágil que necesita ser reforzada diariamente.


2. Alimentación correcta:
Nadie vive de la brisa. Mujer vive de cariño. Déle en abundancia. Es cosa de hombre, y si ella no lo recibe de usted, lo buscará en otro. Besos matinales y un “yo te amo” al desayuno las mantienen bellas y perfumadas durante todo el día. Un abrazo diario es como el agua para los helechos. No la deje deshidratarse. Por lo menos una vez al mes es necesario, si no obligatorio, servirle un plato especial.

3. Flores:
También hacen p arte del menú. Mujer que no recibe flores se marchita rápidamente y adquiere rasgos masculinos como la brusquedad y el trato áspero.
4. Respete la naturaleza:
¿No soporta la TPM (tensión pre-menstrual)? Cásese con un hombre. Las mujeres menstrúan, lloran por cualquier cosa, les gusta hablar de cómo les fue en el día, de discutir sobre la relación. Si quiere vivir con una mujer, prepárese para eso.

5. No restrinja su vanidad:
Es propio de la mujer hidratar las mechas, pintarse las uñas, echarse labial, estar todo un día en el salón de belleza, coleccionar aretes, comprarse muchos zapatos, pasar horas escogiendo ropas en un centro comercial. Comprenda todo esto y apóyela.

6. El cerebro femenino no es un mito:
Por inseguridad, la mayoría de los hombres prefiere no creer en la existencia del cerebro femenino. Por ello, buscan aquellas que fingen no tenerlo (y algunas realmente lo jubilaron). Entonces, aguante: mujer sin cerebro no es mujer, sino un simple objeto decorativo. Si usted está cansado de coleccionar estatuillas, intente relacionarse con una mujer.

Algunas le mostrarán que tienen más materia gris que usted. No les huya, aprenda con ellas y crezca. Y no se preocupe; al contrario de lo que ocurre con los hombres, la inteligencia no funciona como repelente para las mujeres.


7. No haga sombra sobre ella...
Si usted quiere ser un gran hombre tenga una mujer a su lado, nunca atrás. De esa forma, cuando ella brille, usted se bronceará. Sin embargo, si ella está atrás, usted llevará una patada en el trasero.


8. Acepte:
Mujeres también tienen luz propia y no dependen de nosotros para brillar. El hombre sabio alimenta los potenciales de su compañera y los utiliza para motivar los propios. Él sabe que, preservando y cultivando la mujer, él estará salvándose a sí mismo.
Mi amigo, si usted piensa que la mujer es demasiado costosa, vuélvase GAY. ¡Sólo tiene mujer quien puede!


Luis Fernando Veríssimo

Escritor brasileño que nació en Porto Alegre , el 26 de septiembre de 1936. Es hijo del escritor Érico Veríssimo. Durante su niñez vivió en Estados Unidos. Muchos de sus trabajos tienen un tono humorístico. Disfruta de la cultura de Río de Janeiro y es un gran crítico de la política de derecha.

domingo, 18 de marzo de 2012

El oficio de escribir

Por Rodolfo Rabanal *

Habría que escribir un tratado sobre la soledad y la novela.
Y habría que establecer si, en efecto, existe una relación factible y sobre todo funcional entre una cosa y otra. No me refiero tanto a la soledad en términos de aislamiento físico, fácilmente alcanzable, como a la soledad en términos de absoluta independencia de criterio ejercido libremente en el trabajo de producir una ficción cualquiera, en rigor mucho más difícil. Pero, mejor aún, podría igualmente hablarse de la soledad de la elección de escribir. Porque aunque el mundo me rodee en todo momento y donde sea, cuando pienso y escribo lo hago en soledad. Como si el mundo no estuviera donde está y también como si yo pensara contra el mundo pero en el mundo, irremediablemente. Se trata, por supuesto, de una paradoja o, dicho de otro modo, de una verdad que solamente alcanza a expresarse mediante la paradoja, tanto desde el punto de vista “filosófico” como desde el punto de vista retórico.
Puedo decirlo también de este modo. Empiezo a escribir una novela y me hundo en la soledad de la novela. En su exclusividad. En la malla exclusiva de su textura. En su idea que es un vértigo de soledad, o un plano de soledad, como la página en blanco cada mañana o cada tarde, o cada noche. Es decir, otra paradoja: la soledad vociferante de la página en blanco cada vez que se emprende la escritura. La soledad incitante, la que convoca y reúne las porciones de nuestra atención dispersa.
Luego está la soledad de escribir novelas. Esta actividad no solicitada, necesitada de un cuidadoso aislamiento, esta actividad vista por los otros como ociosa, como improductiva, innecesaria y no demasiado recomendable. En fin, la soledad de escribir novelas. Confieso que me gusta la frase no sólo por sus tonos y resonancias, sino por la promesa de sentido que parece guardar. O abrir, más bien abrir que guardar. Sí.
¿Es difícil hoy escribir novelas que no sean narraciones más bien convencionales, de pulcra escritura y entretenido argumento? Sí, es muy difícil, y seguramente siempre lo ha sido, pero hoy parece que es más difícil y, en consecuencia, también es difícil escribir sobre la novela como género que se renueva oscuramente hacia planos de significación estética cada vez menos “correctos” o, dicho con mayor justeza, más “poéticos”. Me pregunto de qué modo funcionaría hoy una novela como Bajo el volcán, por no hablar de la trilogía de Beckett Molly, Malone Muere y El Innombrable, textos que, ya en su tiempo –entre 1945 y 1950– enfrentaron penurias interminables de incomprensión y rechazo por parte de muchos editores europeos y norteamericanos.
Los estragos antirrupturistas (imposibilidad de toda vanguardia) producidos por el aplastante amoldamiento estético que parecen acarrear consigo las ideologías complacientes más o menos exitosas han abaratado la noción de diferencia, de búsqueda, de talento y originalidad en beneficio del libro o del autor más vendido o el más votado. Si el lector de hoy es ahora cliente y consumista antes que lector a secas, y está sometido a un mercado muy vasto que garantiza falsamente su libertad de elección, entonces Isabel Allende es tan novelista como Juan Carlos Onetti, ejemplo afortunado que hace unos años eligió Juan José Saer como una forma del escándalo “posmoderno”. Es la insensata aprobación de esa malsana analogía –políticamente correcta y extremadamente falsa– la que anima a los ingenuos y desconcierta a los despiertos. Juan Carlos Onetti fue y será siempre algo que no fue ni será nunca Isabel Allende, digamos.
Expuestas estas reservas –que no carecen de algún peso– tal vez se pueda escribir sobre la novela.
Habría que escribir asimismo un tratado sobre el fragmento como alternativa ficcional a la novela tal cual se la entiende de manera ordinaria y más o menos general.
Pero todo es riesgo, en definitiva. No hay comodidad extrema, no hay seguridad extrema y tal vez por eso se escriba. Tal vez no tengamos nada y por eso escribamos. El músico del silencio, John Cage, dice en alguna parte: “No bien comprendemos que no poseemos nada, empieza la poesía”. Es, por lo menos, una idea interesante.
Ahora quiero averiguar de dónde proviene (en mí) este fluctuante interés por algo tan poco normativo y tan poco asible como el fragmento.
Entiendo que el fragmento es más bien accidental que deliberado.
No parece frecuente, en el orden natural, que la voluntad produzca un fragmento de cualquier cosa, porque parece difícil o poco corriente que algo fragmentario sea fabricado con alguna finalidad utilitaria. De ninguna manera. Los propósitos, los intentos de producir un objeto determinado cualquiera, propenden a la completud aunque la completud no sea más que un deseo de equilibrios o una ilusión matemática.
Pero digamos entonces –para ser más claros– que la voluntad busca realizar cosas enteras; la voluntad anhela la forma, traza un círculo, tiende una línea, pone límites a la expansión temida, define una estructura y articula relaciones confinadas a un espacio posible, a un espacio perceptual.
Cabe decir que al fragmento se lo encuentra a veces sin buscarlo.
La definición de la Real Academia opta por priorizar los aspectos materiales, casi toscos del término, y dice: fragmento es parte o porción pequeña de algunas cosas quebradas o partidas. Trozo o resto. Parte conservada de un libro o escrito. Es a partir de esta última acepción que nos vamos acercando a nuestra presa, como cuando se habla de los fragmentos presocráticos. Los famosos fragmentos presocráticos, desde Tales de Mileto a Empédocles, o de Diógenes de Apolonia a Demócrito son el resultado de innumerables pérdidas, son lo que resta de un todo inhallable, son un accidente y, por lo tanto, un hecho indeliberado. Son, además, notablemente escasos y por eso notablemente valiosos, son, si se quiere, las riquezas inesperadas que nos propuso el azar.
Ahora bien, yo puedo producir un fragmento con toda la intención de hacerlo. Yo puedo producir un texto de naturaleza “fragmentaria” aplicando mi voluntad formativa y teniendo en cuenta, previamente, un cierto repudio crítico hacia la idea de obra total, o completa o acabada. Ya que (me digo) los modelos de la naturaleza son vivos procesos hacia una completud inalcanzable, por lo tanto no hay obra completa y cerrada por más completa y cerrada que parezca. Eso sería una ilusión provocada por la observación deficiente o la necia arrogancia, o ambas juntas y no otra cosa. En el prólogo a su poema “El cementerio marino”, Paul Valéry defiende lo inconcluso y al trabajo por el trabajo mismo al sugerir que una obra nunca es una cosa acabada sino, en todo caso, una cosa abandonada.
Podemos caer en el cómodo engaño de suponer la completud de la obra homérica pero sabemos que se trata de una impresión falsa, salvo que a partir de la obra homérica podemos derivar la fábula mitológica y toda la tragedia posterior y si se quiere gran parte de la poesía y de la narrativa y de la temática artística que vendría más tarde, sin olvidar –es fundamental– la obra platónica, construida sobre el rechazo de Homero, por lo menos en gran parte.
En este caso, es decir si pensamos de este modo, es como si la obra homérica hubiera estallado en miles y miles de fracciones llenando el mundo y el tiempo de “fragmentos” literarios, de fragmentos de sentido. Es la deflagración de las formas expandidas hacia diversos y nuevos géneros a lo largo y a lo ancho del mundo helénico primero y de todo Occidente después. Hasta cierto punto no sería desacertado decir que todavía nos alcanzan las esquirlas –inagotables– de esa explosión milenaria.

*Publicado en el Suplemento Radar/Libros del diario Página/12 (18/3/2012)

Los hijos de los días


MARZO 30

Día del servicio doméstico


MARZO 22

Día del agua


ABRIL 28

Día de la seguridad en el trabajo


AGOSTO 30

Día de los desaparecidos


SETIEMBRE 11

Día contra el terrorismo


Coco Cano


SETIEMBRE 22

Día sin autos


SETIEMBRE 28

Día del derecho a la información


OCTUBRE 12

Día del Descubrimiento


NOVIEMBRE 22

Día de la música


DICIEMBRE 18

Día del emigrante



viernes, 9 de marzo de 2012

"Diario de Invierno" de Paul Auster



Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro.

Tus pies descalzos en el suelo frío cuando te levantas de la cama y vas a la ventana. Tienes seis años. Afuera cae la nieve, y en el jardín las ramas de los árboles se están poniendo blancas.

Habla ya antes de que sea demasiado tarde, y confía luego en seguir hablando hasta que no haya más que decir. Después de todo, se acaba el tiempo. Quizá sea mejor que de momento dejes tus historias a un lado y trates de indagar lo que ha sido vivir en el interior de este cuerpo desde el primer día que recuerdas estar vivo hasta hoy. Un catálogo de datos sensoriales. Lo que cabría denominar fenomenología de la respiración.

Tienes diez años, es pleno verano y hace un calor sofocante, tan húmedo y molesto que, incluso sentado a la sombra de los árboles del jardín, se te llena de sudor la frente.

Que ya no eres joven es un hecho indiscutible. Dentro de un mes cumplirás sesenta y cuatro años, y aunque eso no es ser demasiado viejo, no lo que todo el mundo consideraría una edad provecta, no puedes dejar de pensar en todos los que no han logrado llegar tan lejos como tú. Ese es un ejemplo de las diversas cosas que podrían no pasar nunca pero que, en realidad, han ocurrido.

El viento en tu rostro durante la tormenta de nieve de la semana pasada. El espantoso aguijón del frío, y tú ahí fuera, en las calles desiertas, preguntándote qué te habría llevado a salir de casa con aquella rugiente tempestad, y sin embargo, aun cuando luchabas por mantener el equilibrio, estaba el júbilo de aquel viento, la euforia de ver las familiares calles empañadas de blanco, convertidas en un remolino de nieve.

Placeres físicos y dolores físicos. Placeres sexuales antes que nada, pero también el placer de la comida y la bebida, el de reposar desnudo en un baño caliente, de rascarse un picor, de estornudar y peerse, de quedarse una hora más en la cama, de volver la cara hacia el sol en una templada tarde a finales de primavera o principios de verano y sentir el calor que se difunde por la piel. Innumerables ocasiones, no pasa un día sin algún instante o instantes de placer físico, y sin embargo los dolores son sin duda más persistentes y obstinados, y en uno u otro momento han asaltado casi todas las partes de tu cuerpo. Ojos y oídos, cabeza y cuello, hombros y espalda, brazos y piernas, garganta y estómago, tobillos y pies, por no mencionar el enorme forúnculo que una vez te brotó en el carrillo izquierdo del culo, llamado lobanillo por el médico, lo que a tus oídos sonaba a dolencia medieval, y que durante una semana te impidió sentarte en una silla.

La proximidad que tu menudo cuerpo guardaba con el suelo, el cuerpo que te correspondía cuando tenías tres y cuatro años, es decir, la brevedad de la distancia entre tus pies y tu cabeza, y cómo las cosas en que ya no te fijas constituían entonces una presencia y preocupación constantes para ti: el pequeño mundo de reptantes hormigas y monedas perdidas, de ramitas caídas y abolladas chapas de botellas, de tréboles y dientes de león. Pero sobre todo las hormigas. Son lo que mejor recuerdas. Ejércitos de hormigas en marcha, subiendo y bajando de sus pulverulentos montículos.

Tienes cinco años, estás en cuclillas sobre un hormiguero en el jardín, estudiando atentamente las idas y venidas de tus diminutos amigos de seis patas. Sin ser visto ni oído, tu vecino de tres años se acerca sigilosamente a tu espalda y te golpea en la cabeza con un rastrillo de juguete. Las púas te atraviesan el cuero cabelludo, la sangre te empieza a manar por el pelo y te corre hasta la nunca, y dando gritos entras corriendo en casa, donde tu abuela te cura las heridas.

Palabras de tu abuela a tu madre:Qué hombre tan maravilloso sería tu padre... con que sólo fuera de otra manera.

Esta mañana, te despiertas en la penumbra de otro amanecer de enero, con una luz difuminada, grisácea, penetrando en el dormitorio, y ahí está el rostro de tu mujer vuelto hacia ti, los ojos cerrados, aún profundamente dormida, las mantas subidas hasta el cuello, asomando únicamente la cabeza, y te maravilla lo preciosa que está, lo joven que parece, incluso ahora, treinta años después de la primera vez que te acostaste con ella, al cabo de treinta años de vivir bajo el mismo techo y compartir la misma cama.

También nieva hoy, y cuando te levantas de la cama y vas a la ventana, en el jardín las ramas de los árboles se están poniendo blancas. Tienes sesenta y tres años. Se te ocurre que durante el largo viaje de la niñez hasta aquí rara vez ha habido un momento en que no hayas estado enamorado. Treinta años de matrimonio, sí, pero en los treinta anteriores, ¿cuántos caprichos y enamoramientos, cuántas pasiones, cuántos delirios y afanes, cuántas oleadas de loco deseo? Desde el comienzo mismo de tu vida consciente, has sido un solícito esclavo de Eros. Las chicas que amaste de niño, las mujeres que quisiste ya hombre, cada una diferente de las demás, delgadas unas y otras rellenas, bajas y altas, intelectuales y atléticas, sociables y temperamentales, blancas y negras y algunas asiáticas, nada en su apariencia te importaba realmente, todo estaba en la luz interior que percibieras en ella, la chispa del carácter, la llama de la identidad revelada, y esa luz la hacía bella para ti, aunque otros estuvieran ciegos ante la belleza que tú veías, y entonces te morías por estar con ella, cerca de ella, porque la belleza femenina es algo que nunca has podido resistir. Ya desde tus primeros días de colegio, en la clase del jardín de infancia, donde te enamoraste de la niña rubia de larga cola de cabello, la señorita Sandquist te castigaba a menudo por esconderte con la niña de la que te habías prendado, los dos juntos haciendo travesuras en algún rincón, pero tales castigos no significaban nada para ti, porque estabas enamorado y entonces el amor era tu debilidad, como lo sigue siendo ahora (...)



Sueños


viernes, 2 de marzo de 2012

Rompecabezas

"Tal vez ya he escrito lo suficiente sobre él y tal vez no. 
Nadie conoce el instante en que muere de verdad. 
Tengo una fotografía que mi padre se tomó a sí mismo en la que está reclinado sobre una gran regla de cálculos. Ésa es la imagen que quería dejarme de él."*


*Soriano, Osvaldo. "Año Nuevo" en Desde que el mundo es mundo En Piratas, fantasmas y dinosaurios. Ed. Seix Barral. 2011.

jueves, 1 de marzo de 2012

Aquí donde el mar reluce



Así todo parece tan pequeño,
también las noches allí en América
miras atrás y ves tu vida
como la estela de una hélice.
Sí, es la vida que se acaba
sin embargo él no lo pensó tanto
por el contrario, se sentía ya feliz
y volvió a comenzar su canto.

De Regreso

Un amor más allá del amor,  
por encima del rito del vínculo,
más allá del juego siniestro
de la soledad y de la compañía.
Un amor que no necesite regreso,
pero tampoco partida.
Un amor no sometido
a los fogonazos de ir y de volver,
de estar despiertos o dormidos,
de llamar o callar.
Un amor para estar juntos
o para no estarlo
pero también para todas las posiciones
intermedias.
Un amor como abrir los ojos.
Y quizá también como cerrarlos.



Roberto Juarroz


*En la imagen, el atardecer en Santa Elia, Calabria, Italia.