domingo, 31 de mayo de 2009

Pegarle a un Maestro



Lo sabe un chico de cuatro años, de salita celeste, que ni siquiera sabe hablar correctamente.
Lo sabe un chico de seis años, que ni siquiera sabe escribir.
Lo sabe un chico de doce años, que desconoce todas las materias que le deparará el secundario.
Lo sabe un adolescente de diecisiete años, aunque sea la edad de las confusiones, la edad en la que nada se sabe con certeza.
Lo saben sus padres.
Lo saben sus abuelos.
Lo sabe el tutor o encargado.
Lo saben los que no tienen estudios completos.
Lo sabe el repetidor.
Lo sabe el de mala conducta.
Lo sabe el que falta siempre.
Lo sabe el rateado.
Lo sabe el bochado.
Lo sabe hasta un analfabeto.
No se le pega a un maestro.
No se le puede pegar a un maestro.
A los maestros no se les pega.
Lo sabe un chico de cuatro años, de seis, de doce, de diecisiete, lo saben los repetidores, los de mala conducta, los analfabetos, los bochados, sus padres, sus abuelos, cualquiera lo sabe, pero no lo saben algunos gobernadores.
Son unos burros.
No saben lo más primario.
Lo que saben es matar a un maestro.
Lo que saben es tirarles granadas de gas lacrimógeno.
Lo que saben es golpearlos con un palo.
Lo que saben es dispararles balas de goma.
A los maestros.
A maestros.
Lo que no saben es que se puede discutir con un maestro.
Lo que no saben es que se puede estar en desacuerdo con lo que el maestro dice o hace.
Lo que no saben es que un maestro puede tener razón o no tenerla.
Pero no se le puede pegar a un maestro.
No se le pega a un maestro.
A los maestros no se les pega.
Y no lo saben porque son unos burros.
Y si no lo saben que lo aprendan.
Y si les cuesta aprenderlo que lo aprendan igual.
Y si no lo quieren aprender por las buenas, que lo aprendan por las malas.
Que se vuelvan a sus casas y escriban mil veces en sus cuadernos lo que todo el mundo sabe menos ellos, que lo repitan como loros hasta que se les grabe, se les fije en la cabeza, lo reciten de memoria y no se lo olviden por el resto de su vida; ellos y los que los sucedan, ellos y los demás gobernadores, los de ahora, los del año próximo y los sucesores de los sucesores, que aprendan lo que saben los chicos de cuatro años, de seis, de doce, los adolescentes de diecisiete, los rateados, los bochados, los analfabetos, los repetidores, los padres, los abuelos, los tutores o encargados, con o sin estudios completos:
Que no se le pega a un maestro.
No se le puede pegar a un maestro.
No debo pegarle a un maestro.
A los maestros no se les pega.
Sepan, conozcan, interpreten, subrayen, comprendan, resalten, razonen, interioricen, incorporen, adquieran, retengan este concepto, aunque les cueste porque siempre están distraídos, presten atención y métanselo en la cabeza: los maestros son sagrados.


Por Mex Urtizberea
La Nación, 6 de abril de 2007.

No dejen de leer la nota de Guillermo Saccomanno, "El Legado" en el Suplemento Radar de Página/12. Un homenaje sentido al Maestro, a la Educación y a la Literatura. Este es el link http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-5332-2009-05-31.html.

Les dejo un adelanto:

"... Esta debe ser la hora más difícil, piensa uno, cuando la clase termina, se despide de los alumnos, y vuelve a trasponer todas las puertas de rejas, cuando vuelve a escuchar el sonido de los cerrojos, cuando ya falta menos para alcanzar la puerta de salida y la calle. Ya es casi de noche. Difícil no pensar en qué sentimientos deben tener aquellos que uno despidió, que quedaron adentro y a los cuales, literalmente, se les viene la noche. Tal vez alguno esta noche lea La casa de los muertos, esa novela testimonial en la que Dostoievski describió su experiencia de condenado en una prisión en Siberia. ¿Acaso cambiaron tanto el mundo y el hombre desde entonces?, se pregunta uno..."

El paisaje del río según Juanele


FUI AL RÍO...

Fui al río, y lo sentía
cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.

Regresaba
-¿Era yo el que regresaba?-
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
Me atravesaba un río, me atravesaba un río!



PARA QUE LOS HOMBRES

Para que los hombres no tengan vergüenza
de la belleza de las flores,
para que las cosas sean ellas mismas: formas sensibles
o profundas de la unidad o espejos de nuestro esfuerzo
por penetrar el mundo,
con el semblante emocionado y pasajero de nuestros sueños,
o la armonía de nuestra paz en la soledad de nuestro pensamiento,
para que podamos mirar y tocar sin pudor
las flores, sí, todas las flores
y seamos iguales a nosotros mismos en la hermandad delicada,
para que las cosas no sean mercancías,
y se abra como una flor toda la nobleza del hombre:
iremos todos hasta nuestro extremo límite,
nos perderemos en la hora del don con la sonrisa
anónima y segura de una simiente en la noche de la tierra.


Juan L. Ortíz
Poeta entrerriano, nadie como él para hacer del río (Paraná) poesía pura.
1896 - 1978

sábado, 30 de mayo de 2009

"Un encuentro" de Milan Kundera




Un día, al principio de los años setenta, durante la ocupación rusa de mi país, mi mujer y yo, los dos despedidos de nuestros trabajos, los dos con problemas de salud, fuimos a visitar en un hospital en las afueras de Praga a un gran médico, al que llamábamos el profesor Smahel, un viejo sabio judío, amigo de todos los disidentes. Nos encontramos allí con E., un periodista, también despedido de todas partes, también con problemas de salud, y los cuatro estuvimos conversando mucho tiempo, felices de la atmósfera de mutua simpatía.


A la vuelta, E. nos llevó de regreso en su coche y comenzó a hablar de Bohumil Hrabal, en aquel momento el escritor checo más importante; dotado de una fantasía sin límites, amante de experiencias plebeyas (sus novelas están pobladas de personajes muy ordinarios), era muy leído y muy querido (toda la oleada de la joven cinematografía checa lo adoraba como a su santo patrón). Era profundamente apolítico. Lo cual no era inocente en un régimen para el que "todo es política": su apoliticismo se burlaba de un mundo en el que arreciaban las ideologías. Por eso cayó durante mucho tiempo en una relativa desgracia (por ser, como era, inutilizable para cualquier compromiso oficial), pero gracias a ese apoliticismo (tampoco nunca se comprometió contra el régimen), durante la ocupación rusa lo dejaron en paz y pudo así, siempre en la cuerda floja, publicar algunos libros.


E. lo insultaba furioso: ¿cómo puede él aceptar publicar sus libros cuando sus colegas tienen prohibida la publicación de los suyos? ¿Cómo puede con ello respaldar al régimen? ¿Sin una sola palabra de protesta? Su comportamiento es detestable y Hrabal es un colaboracionista.


Reaccioné con la misma furia: ¡qué absurdo hablar de colaboracionismo si el espíritu de los libros de Hrabal, su humor, su imaginación están en el polo opuesto de la mentalidad que nos gobierna y que quiere asfixiarnos con camisas de fuerza! El mundo en el que se puede leer a Hrabal es totalmente distinto a aquel donde no se pudiera oír su voz. ¡Un único libro de Hrabal rinde un servicio mucho mayor a la gente, a su libertad de espíritu, que todos nosotros juntos con nuestros gestos y nuestras proclamas contestatarias! La discusión en el coche se convirtió rápidamente en una pelea llena de odio.


Cuando más tarde, extrañado por aquel odio (auténtico y perfectamente recíproco), volví a pensar en aquel episodio, me dije: la armonía en casa del médico fue pasajera debido a las circunstancias históricas particulares, que nos convertían en perseguidos; nuestro desacuerdo, por el contrario, era fundamental y ajeno a las circunstancias, era el desacuerdo entre aquellos para quienes la lucha política es superior a la vida concreta, al arte, al pensamiento, y aquellos para quienes el sentido de la política es estar al servicio de la vida concreta, del arte, del pensamiento. Tal vez las dos actitudes sean igualmente legítimas, pero son irreconciliables.


En otoño de 1968, cuando pude viajar dos semanas a París, tuve la suerte de hablar largamente en dos o tres ocasiones con Aragon en su apartamento de la Rue de Varennes. No, no le dije nada destacable, en cambio escuché. Como nunca he llevado un diario, mis recuerdos son vagos; de aquellos comentarios, recuerdo sólo dos asuntos recurrentes: me habló mucho de André Breton, quien al final de su vida se habría acercado a él; y me habló del arte de la novela. Incluso antes de escribir su prólogo a La broma (escrito un mes antes de nuestros encuentros), había elogiado la novela como tal: "La novela es indispensable al hombre, como el pan"; durante mis visitas me incitaba a defender siempre "ese arte" (ese arte "desprestigiado", como escribió en su prólogo; rescaté más tarde esta fórmula para el título de un capítulo en El arte de la novela ).


Conservé de nuestros encuentros la impresión de que la razón más profunda de su ruptura con los surrealistas no era política (su obediencia al Partido Comunista), sino estética (su fidelidad a la novela, el arte "desprestigiado" por los surrealistas) y me pareció haber entrevisto el doble drama de su vida: su pasión por el arte de la novela (tal vez el terreno principal de su genio) y su amistad por Breton (hoy en día, ya lo sé: en la era de los balances, la llaga más dolorosa es la que dejan las amistades rotas; y nada más idiota que sacrificar una amistad por la política. Me enorgullezco de no haberlo hecho nunca. Admiré a Mitterrand por la fidelidad que supo conservar hacia sus viejos amigos. Y por esta fidelidad fue violentamente atacado hacia el final de su vida. Esta fidelidad fue de hecho su nobleza).


Unos siete años después de mi encuentro con Aragon, conocí a Aimé Césaire, cuya poesía había descubierto poco después de la guerra, en la traducción checa de una revista de vanguardia (la misma que me había dado a conocer a Milosz). Fue en París, en el taller del pintor cubano Wilfredo Lam; Aimé Césaire, joven, vivaracho, encantador, me abrumó a preguntas. La primera: "Kundera, ¿conoció usted a Nezval?". "Por supuesto, y usted, ¿cómo lo conoció?" No, no lo había conocido, pero Breton le había hablado mucho de él. Según mis ideas preconcebidas, Breton, con su reputación de hombre intransigente, sólo podría haber hablado mal de Vitezslav Nezval, quien, unos años antes, se había separado del grupo de los surrealistas checos y había optado por obedecer (algo así como Aragon) la voz del partido. No obstante, Césaire me repitió que Breton, en 1940, durante su estancia en Martinica, le había hablado con aprecio de Nezval. Esto me conmovió. En particular porque Nezval, a su vez, lo recuerdo bien, hablaba siempre con aprecio de Breton.


Lo que más me llamó la atención en los grandes procesos de Stalin es la fría aprobación con la que los hombres de Estado comunistas aceptaban la condena a muerte de sus amigos. Porque eran todos amigos, me refiero a que se habían conocido íntimamente, habían vivido juntos momentos duros, emigración, persecución, larga lucha política. ¿Cómo pudieron sacrificar su amistad, y de esa manera tan macabramente definitiva?


Pero ¿era realmente amistad? Hay un tipo de relación humana para la que, en checo, se emplea la palabra sudruzstvi ( sudruh : camarada), o sea "la amistad entre camaradas", la simpatía que une a aquellos que comparten la misma lucha política. Cuando desaparece la entrega a la causa común, también desaparece la razón de la simpatía. Pero la amistad que está sometida a un interés superior a la amistad no tiene nada que ver con la amistad.


En nuestros tiempos aprendimos a someter la amistad a lo que suele llamarse las convicciones. Y lo hacíamos con el orgullo de actuar con rectitud moral. Es necesaria una gran madurez para comprender que la opinión que defendemos no es más que nuestra hipótesis favorita, a la fuerza imperfecta, probablemente pasajera, que sólo los muy cortos de entendederas pueden tomar por una certeza o una verdad. Contrariamente a la pueril fidelidad a una convicción, la fidelidad a un amigo es una virtud, tal vez la única, la última.


Miro la foto de René Char al lado de Heidegger. El primero, célebre resistente contra la ocupación alemana. El segundo, denigrado por las simpatías que, en determinado momento de su vida, sintió por el nazismo naciente. La foto está fechada en los años de posguerra. Se les ve de espaldas; una gorra en la cabeza, una grande, la otra pequeña, paseando en plena naturaleza. Me encanta esta foto.



Milan Kundera, Une rencontre (2009)
Traducción del francés: Beatriz de Moura, 2009

Publicado en ADN Cultura, diario LA NACION, 30 de mayo de 2009.

jueves, 28 de mayo de 2009

Desencanto según J. Saramago

Todos los días desaparecen especies animales y vegetales, idiomas, oficios. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Cada día hay una minoría que sabe más y una minoría que sabe menos. La ignorancia se expande de forma aterradora. Tenemos un gravísimo problema en la redistribución de la riqueza. La explotación ha llegado a extremos diabólicos. Las multinacionales dominan o mundo. No sé si son las sombras o las imágenes las que nos ocultan la realidad. Podemos discutir sobre el tema infinitamente, lo cierto es que hemos perdido capacidad crítica para analizar lo que pasa en el mundo. De ahí que parezca que estamos encerrados en la caverna de Platón. Abandonamos nuestra responsabilidad de pensar, de actuar. Nos convertimos en seres inertes sin la capacidad de indignación, de inconformismo y de protesta que nos caracterizó durante muchos años. Estamos llegando al fin de una civilización y no me gusta la que se anuncia. El neoliberalismo, en mi opinión, es un nuevo totalitarismo disfrazado de democracia, de la que no se mantienen nada más que las apariencias. El centro comercial es el símbolo de ese nuevo mundo. Pero hay otro pequeño mundo que desaparece, el de las pequeñas industrias y de la artesanía. Está claro que todo tiene que morir, pero hay gente que, mientras vive, tiende a construir su propia felicidad, y esos son eliminados. Pierden la batalla por la supervivencia, no soportan vivir según las reglas del sistema. Se van como vencidos, pero con la dignidad intacta, simplemente diciendo que se retiran porque no quieren este mundo.

Saramago en su Blog
El cuaderno de Saramago

"Nostalgia del Presente" de J. L. Borges




Nostalgia del presente

En aquel preciso momento el hombre se dijo:
Qué no daría yo por la dicha
de estar a tu lado en Islandia
bajo el gran día inmóvil
y de compartir el ahora
como se comparte la música
o el sabor de una fruta.
En aquel preciso momento
el hombre estaba junto a ella en Islandia


Los justos

Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso
ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le
agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto
canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
EI que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo

Jorge Luis Borges
La Cifra



Nota: La ilustración corresponde a la exposición fotográfica, "El Atlas de Borges", inaugurada en Madrid (España)el 28 de enero de 2008.

sábado, 23 de mayo de 2009

Descubriendo la vida...descubriendo mi alma





Un día me di cuenta que se me fue todo de las manos… que los espacios cambian, que los tiempos se acortan, que las ganas se gastan, que el agua desborda…


Me di cuenta que las miradas no miran, los oídos no escuchan, las palabras no siempre calman, pero a menudo ayudan… que las heridas perduran, a veces pequeñas y otras profundas… que el trayecto igual avanza y que la miel no alcanza…


Descubrí que quienes nos hacen, se deshacen… que todo al fin se desintegra… que poco vale y siempre algo queda… que hay caminos que no conducen a nada, pero igual seguimos con la cruel esperanza…


Me di cuenta que, muy a pesar del amor, existe el olvido… que en ocasiones no se consigue el alivio… que son las más las que no tienen sentido…


Un día supe que los que pasaron, siempre estarán en el alma… que los que quedaron, nos brindan la calma… y que a los que partieron, en algún momento, se los extraña…


Descubrí que las promesas son vanas, las verdades ajenas, las mentiras prestadas… que es más fácil decir adiós que pedir perdón… y más difícil aún desandar el camino pretendiendo calmar el dolor…


Un día me di cuenta que el paseo termina… que el viaje de vuelta es más corto… que nunca nos quedamos solos… que el tiempo, fiel compañero y cruel enemigo, corre a zancadas y no da respiro… que a veces se añora lo que se tuvo… siempre se necesita lo que no llega… nunca se tiene lo que no es de uno…


Un día descubrí que la meta es un punto invisible desde la partida… que en algunos pasos parece que se aleja y en otros parece que se achica…


Que la vida es un constante vaivén de tristezas y alegrías… que las cosas pasan, los recuerdos quedan… que las personas se marchan y los sentimientos dan pelea… que a veces no se repite, pero siempre se anhela…


Un día descubriré que todo lo vivido valió la pena…!!

Mariel Miraglia
30/04/2009

miércoles, 20 de mayo de 2009

Verte Sonreir


Porque no se quien sopla el viento
y quien ha escrito la verdad
porque se escapan los momentos
y ya no puedo regresar

Que mas puedo tener que tiempo
y mucho mas para aprender
pero sin ti no hay sentimientos
es como nunca amanecer

Que lindo es verte sonreír
no te he querido hacer sufrir
solo es que a veces tengo tantas cosas
en mi mente...

Que no me dejan ver
que vos estas aquí
protegiéndome, ayudándome
que lindo es verte sonreír

Nunca se pierde la esperanza
igual se vuelve a naufragar
solo tu abrazo a mi me alcanza
para vencer la oscuridad

Las heridas de la vida
las medallas y el honor
nada de eso justifica
si no puedo darte amor

Que lindo es verte sonreír
no te he querido hacer sufrir
solo es que a veces tengo tantas cosas
en mi mente...

Que no me dejan ver
que vos estas aquí
protegiéndome, ayudándome
que lindo es verte sonreír
que bueno es verte sonreír.

Alejandro Lerner

martes, 19 de mayo de 2009

Un poeta a la altura de lo que escribía

Mario Benedetti nos anticipó que somos mucho más que dos, que al fuego le debemos decir gracias y que el Sur también existe. Algunos opinan que es un gran poeta menor. Arrancó la poesía del libro y la emparentó con la música: consiguió la prodigiosa multiplicación de los otros panes. Un poema alado por la música llegará siempre más lejos que todo misil preventivo. Certero, llegará a cada corazón y sin daños colaterales.

A Benedetti lo conocí a través de varias entrevistas. Conservo su imagen de cordial farmacéutico, con su corbata siempre descentrada y metida bajo el cinturón. Como hombre, como ciudadano del mundo, siempre estuvo a la altura de lo que enarboló escribiendo. ¿De cuántos se puede decir esto? Así anda, así trastabilla el mundo.

La última vez que lo encontré, café de San Telmo mediante, le propuse hablar sobre la muerte. Apretó el ceño, se mordió el bigote perfectamente recortado, carraspeó. Temí que la pregunta quedara sumida en un silencio sin retorno. Poco considerado, lo apuré con otra entre jocosa y desmesurada: "Mario, ¿al menos podría decir de dónde venimos y adónde vamos?". Suspiró, sonrío apenas y siguió: "Demasiado sencilla la pregunta, ¿no? ¡Yo qué sé! Lo más fácil sería responder que venimos de la nada y vamos hacia la nada. Pero tampoco estoy seguro". "¿Hay algo que usted tenga por seguro?", le dije. "Sí: que no quiero ser olvidadizo y, menos, olvidador; que no debemos encogernos de hombros ante los 40.000 niños que sucumben diariamente en el purgatorio del hambre."

Vaya a saber uno por qué, siempre llueve cuando se viene la última despedida. Benedetti se puso el perramus sobre los hombros, subimos a un taxi y, sin que mediara pregunta, empezó a modelar su respuesta pendiente: "Lo importante es la voluntad de abrir caminos. Para uno y para los demás. Es no conformarse con los que abrieron otros, con las autopistas y avenidas ya abiertas. El abrecaminos abre un pequeño sendero, todavía rodeado de malezas. Es una manera de luchar contra la vejez, contra los años que se vienen. Se trata de tener respuestas vitales, aunque todos sabemos que tenemos el fin obligatorio. La muerte es inevitable, pero es injusta. Y no merecemos morir".

Las noticias nos dicen que Mario Benedetti ha muerto. El, con su porfiado luminoso enojo, sin trampear, ha desfondado la ley de las leyes. Hoy, la enojada es la muerte. Miles, millones de personas, están pronunciando los transparentes poemas de Mario, señal de que ella esta vez perdió la pulseada. La muerte no siempre se sale con la suya. Benedetti, en realidad, ahora respira de otra manera. No descansa en paz: descansa en solidaridad.


Rodolfo Braceli

En http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1129753

domingo, 17 de mayo de 2009

Partidas

Te dejo con tu vida
tu trabajo
tu gente
con tus puestas de sol
y tus amaneceres.

Sembrando tu confianza
te dejo junto al mundo
derrotando imposibles
segura sin seguro.

Te dejo frente al mar
descifrándote sola
sin mi pregunta a ciegas
sin mi respuesta rota.

Te dejo sin mis dudas
pobres y malheridas
sin mis inmadureces
sin mi veteranía.

Pero tampoco creas
a pie juntillas todo
no creas nunca creas
este falso abandono.

Estaré donde menos
lo esperes
por ejemplo
en un árbol añoso
de oscuros cabeceos.

Estaré en un lejano
horizonte sin horas
en la huella del tacto
en tu sombra y mi sombra.

Estaré repartido
en cuatro o cinco pibes
de esos que vos mirás
y enseguida te siguen.

Y ojalá pueda estar
de tu sueño en la red
esperando tus ojos
y mirándote.

Chau número tres

Mario Benedetti

1920 - 2009

"Cineclub" de David Gilmour

Un día, el crítico de cine David Gilmour notó que la abulia, las malas notas y el desconcierto amenazaban con desmoronar la vida educativa de su hijo. Entonces le propuso abandonar el colegio a cambio de sentarse a ver con él tres películas por semana. Cineclub (Mondadori) recoge de manera emocionante los meses de esa experiencia de cambiar pizarrón por pantalla para devolverle a su hijo el sentido de la vida.


ESA REVOLUCION LLAMADA BRANDO

Marlon y las mujeres

Por David Gilmour

Le puse Un tranvía llamado Deseo (1951). Le conté que, en 1948, un joven actor relativamente desconocido, Marlon Brando, hizo dedo desde Nueva York hasta la casa de Tennessee Williams en Provincetown, Massachusetts, con el fin de presentarse a la prueba para la producción de Broadway, y que encontró al célebre dramaturgo en un estado de terrible ansiedad. No había luz y los servicios estaban embozados. No había agua. Brando reparó la avería eléctrica colocando monedas detrás de los fusibles y luego se puso en cuatro patas y arregló las cañerías; una vez hecho eso, se secó las manos y entró en la sala de estar para leer las frases de Stanley Kowalski. Leyó durante unos treinta segundos, según se cuenta, antes de que Tennessee, que estaba medio borracho, le hiciera callar y dijera: “Está bien”, y lo mandara de vuelta a Nueva York con el papel.

¿Y su actuación? Hubo actores que dejaron la interpretación cuando vieron a Brando realizando Un tranvía... en Broadway en 1949. (Del mismo modo que a Virginia Woolf le entraron ganas de abandonar la escritura cuando leyó a Proust por primera vez.) Pero el estudio no quería que Brando participara de la película. Era demasiado joven. Hablaba entre dientes. Pero anteriormente su profesora de interpretación, Stella Adler, había hecho la fatídica predicción de que aquel “extraño mocoso” se convertiría en el mejor actor de su generación, lo que resultó ser cierto.

Años más tarde, los estudiantes que asistieron a talleres de interpretación con Brando recordaban sus costumbres poco ortodoxas, su capacidad para recitar un monólogo de Shakespeare boca abajo y hacerlo más auténtico y conmovedor que ningún otro actor.

–Un tranvía llamado Deseo –expliqué– fue la obra en la que dejaron que el genio saliera de la botella; literalmente, cambió todo el estilo de interpretación en Estados Unidos.

“Se notaba –dijo años más tarde Karl Malden, que interpretaba a Mitch en la producción original de Broadway–. El público quería a Brando; venían a ver a Brando; y cuando él no estaba en el escenario, se notaba que estaban esperando a que volviera.”

Me di cuenta de que estaba hablando en exceso de la película, de modo que me obligué a callarme.

–Está bien –dije a Jesse–, hoy vas a ver algo importante. Abróchate el cinturón.

A veces sonaba el teléfono; temía esos momentos. Si se trataba de Rebecca Ng, el ambiente se hacía pedazos como si un gamberro hubiera lanzado una piedra por la ventana. Una tarde –era un día caluroso de finales de agosto–, Jesse desapareció para atender una llamada en mitad de Una Eva y dos Adanes (1959); estuvo fuera veinte minutos y cuando volvió estaba distraído y triste. Volví a poner la película, pero era perfectamente consciente de que él no estaba en la realidad. Había fijado los ojos en la pantalla de televisión como una especie de ancla para que sus agitados pensamientos sobre Rebecca pudieran discurrir libremente.

Apagué de golpe el DVD.

–¿Sabes, Jesse? Estas películas se hicieron con mucho amor y dedicación. Estaban pensadas para ser vistas de un tirón, de tal forma que una escena desembocara en otra. Así que voy a dictar una norma. De ahora en adelante, nada de llamadas de teléfono durante la película. Es irrespetuoso y desagradable.

–Ok –dijo él.

–Ni siquiera miraremos el número cuando aparezca, ¿está bien?

–Ok, está bien.

Volvió a sonar el teléfono. (Incluso en el secundario, Rebecca parecía percibir cuándo la atención de Jesse estaba en otra parte.)

–Más vale que atiendas. Por lo menos esta vez.

–Estoy con mi padre –susurró–. Ya te llamaré.

Un zumbido parecido al de un pequeño avispón atrapado dentro del auricular.

–Estoy con mi padre –repitió.

Colgó el teléfono.

–¿Qué pasa?

–Nada.

Entonces, lanzando un suspiro de irritación, como si hubiera estado conteniendo el aliento, dijo:

–Rebecca siempre elige los momentos más raros para hablar de las cosas. Por un momento, me pareció ver que sus ojos se llenaban de lágrimas.

–¿Qué cosas?

–Nuestra relación.

Volvimos a la película, pero yo notaba que él no estaba allí. Estaba viendo otra película: las cosas terribles que Rebecca iba a hacer porque la había cabreado por teléfono. Apagué la televisión. El me miró sorprendido, como si hubiera hecho algo malo.

–Una vez tuve una novia –dije–. Sólo hablábamos de nuestra relación. Es lo que hacíamos en lugar de tener una. Se vuelve muy aburrido. Llámala. Acláralo.


Este es el link para leer la nota completa
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-5305-2009-05-17.html

"Algo que contarte" de Hanif Kureishi

Tres fragmentos de "Algo que contarte" de Hanif Kureishi



1. Los secretos son mi moneda particular: trafico con ellos para vivir. Los secretos del deseo, de lo que la gente quiere de verdad, y de lo que más miedo le da. Los secretos de por qué el amor es difícil, el sexo complicado, la vida un dolor y la muerte tan cercana y no obstante aparcada bien lejos. ¿Por qué el placer y el castigo están estrechamente relacionados? ¿Cómo hablan nuestros cuerpos? ¿Por qué es tan difícil soportar el placer?

Una mujer acaba de salir de mi consulta. Dentro de veinte minutos llegará otra. Arreglo los cojines del diván analítico y me relajo en la butaca entre un silencio diferente, tomando un té, sopesando imágenes, frases y palabras de la conversación y también las vinculaciones y pausas entre ellas.

Como hago con frecuencia estos días, empiezo a pensar en el trabajo, los problemas a los que me enfrento, y cómo todo esto se convirtió en mi vocación, mi disfrute y mi sustento. Me resulta todavía más misterioso al pensar que mi trabajo empezó con un crimen –hoy es el aniversario, pero ¿cómo se señala una cosa así?– seguido de la marcha definitiva de Ajita, mi primer amor.

Soy psicoanalista. En otras palabras, lector de mentes y de símbolos. Algunas veces me llaman loquero, curandero, detective, abrepuertas, rebuscabasuras, o simplemente charlatán de feria o farsante. Trabajo como mecánico de coches, tumbado sobre la espalda, manejando las cosas de abajo, lo que hay bajo la historia, fantasías, deseos, mentiras, sueños, pesadillas..., el mundo debajo del mundo, las palabras verdaderas bajo las falsas. Me tomo en serio las cosas intangibles más extrañas; me meto en sitios donde el lenguaje no puede entrar, o donde se detiene –lo “indescriptible”– y además lo hago a primera hora de la mañana.

Llamando al dolor con otras palabras, escucho a personas que hablan de cómo el deseo y la culpa los incomodan y aterrorizan, de los misterios que perforan un agujero en el yo y deforman e incluso dejan el cuerpo impedido, las heridas de la experiencia reabiertas por el bien del alma al ser reconstruida.

En lo más profundo, la gente está más loca de lo que se quiere creer. Descubres que tienen miedo de ser comidos y que les alarma su deseo de devorar a otros. También imaginan, en el curso ordinario de las cosas, que van a explotar, implosionar, disolverse o ser invadidos. Su vida diaria está empapada de temores como que sus relaciones amorosas implican, entre otras cosas, un intercambio de heces y orinas. (...)

2. (...)Mustaq dijo que estaba deseando presentarme a “otro de los nuestros”. No supe muy bien qué quería decir, y resultó ser un indio regordete con traje de Prada y un montón de razones para sonreír. Era Omar Alí, un empresario de tintorerías y lavanderías automáticas muy conocido que en los noventa había vendido su floreciente negocio y se había metido en medios de comunicación.

Ahora, además de ser un incondicional de la industria antirracista, Omar Alí hacía televisión por, para y sobre las minorías. Los paquistaníes siempre habían estado considerados socialmente torpes, mal vestidos, absurdamente religiosos y reprimidos. Pero, siendo gay, Omar Alí era lo bastante espabilado como para saber lo enrollados que resultaban y lo de moda que se podían poner ciertas minorías –o cualquier forastero– que, con un estudio correcto del mercado, ascendían en la jerarquía social.

Tras la elección de Blair en 1997, Omar había pasado a ser Lord Alí of Lewisham, que era el rudo barrio de la ciudad del que procedía. Su padre, un periodista radical paquistaní muy crítico con los diversos acuerdos de Bhutto con los mulás –un hombre que resultó que había conocido a mi padre en la India cuando ambos estudiaban–, se dedicó a emborracharse hasta morir en un cuartucho lúgubre de allí. Y como es frecuente en las familias, fue su tío el que salvó a Omar en aquellos tiempos del thatcherismo dejándole llevar una de sus lavanderías automáticas y animándole a que, a pesar de la nefasta integridad de su padre, escapase del gueto a toda prisa para ganar dinero, que no tiene raza ni color.

Toda su vida, Omar se sintió atraído por los skinheads, amigos de la infancia que lo forraban a patadas , y esa afición le trajo menos complicaciones de lo que le hubiera traído en tiempo anteriores. Resultaba irónico pensar en la forma en que Omar encajaba con su tiempo. Su antirracismo, tan encomiable, lo convertía en el hombre ideal para cualquier comité. Y ahora, como millonario asiático y homosexual con intereses en un equipo de fútbol, era el material perfecto para ser un líder. A los musulmanes no les gustaba porque apoyaba la afición del gobierno a bombardear mahometanos, y la derecha y la izquierda lo aborrecían por algunas buenas razones que era incapaz de recordar. Pero estaba protegido por una barrera política circular. Nadie podía derribarlo, sólo él mismo.

Si lord Alí era engreído era porque llevaba tiempo a la cabeza del campeonato. Nunca tuvo el menor escrúpulo en combinar la astucia en las prácticas comerciales con el socialismo del Partido Laborista. Y ahora, por supuesto, muchos otros ex izquierdistas de izquierdas ponían la vista –o lo intentaban– en los negocios y la cultura empresarial thatcherista que tanto despreciaban. Se había vuelto aceptable querer más dinero del que te podrías gastar sensatamente, disfrutar con la codicia. Como se acercaba su jubilación, los ex izquierdistas veían que sólo les quedaban unos pocos años para hacerse con un dinero “decente”, como tantos de sus amigos, la mayoría en el cine, la televisión, y algunas veces, en el teatro.

–¿Sigues apoyando la guerra? –le preguntó Henry. Había estado bebiendo champán a toda prisa, como siempre hacía cuando asistía a esos actos. A la hora de irnos estaría preparado para soltar un monólogo–. Debes ser el único que queda.

–Naturalmente –dijo Omar, acostumbrado a aquello–. Deponer dictadores es bueno. ¿Me vas a negar eso? –me miró a mí–. Ya sé quién eres –me dijo–, aunque tus cosas me resultan difíciles de leer.

–Espléndido.

–Los dos somos de procedencia musulmana, así que ¿no estamos de acuerdo en que nuestras hermanas y hermanos tiene que adaptarse al mundo moderno para no seguir en la edad oscura? ¿No les hemos hecho un favor a los iraquíes? –vi que Henry se iba enfadando, y también lo notó Omar, que tenía bastante descaro, y parecía divertirle tanto el enfado de Henry que continuó–: Como musulmán homosexual creo que otros musulmanes han de tener la oportunidad que nosotros tenemos y disfrutar del liberalismo. No quiero ser hipócrita, pero...

Henry lo interrumpió.

–¿Y por eso empujaste a Blair a hostiar a todos los iraquíes inocentes que pudiera?

–Mira, esos iraquíes no tienen ciencia, ni literatura, ni instituciones decentes, y tienen un solo libro. ¿Te imaginas confiar únicamente en eso?... Hemos de darles todas esas cosas, aunque eso implique matar a muchos de ellos. Nada que merezca la pena se ha hecho nunca sin algunas muertes. Y tú lo sabes. Le dije a Tony que en cuanto hubiesen terminado en Bagdad podían empezar en algún otro de esos sitios. Como Bradford. –Omar hizo un además amanerado y añadió–: No sé por qué digo todo esto. Yo soy un moderado y siempre lo he sido.

Alan, que estaba de pie junto a él, dijo:

–Sólo políticamente.

–Lo único que siempre he querido es aliviar la situación de la clase obrera.

–Oh, sí, eso es lo que necesitamos todos, alguien que haya ascendido por el camino más duro.

–El problema de Blair es que se engaña a sí mismo –dijo Henry–. Y no le ayuda mucho estar siempre rodeado de gente como tú que sólo le dicen lo buen muchacho que es.

–Vosotros –replicó Omar–, los viejos comunistas izquierdosos, no podéis dar el brazo a torcer, ¿verdad? (...)

3. (...) Me senté delante de la tele entre paciente y paciente esperando noticias. La verdad fue surgiendo lentamente, lo supimos más avanzado el día. Cuatro bombas, escondidas en envases de plástico para alimentos y metidas en unas mochilas, habían hecho explosión en el centro de Londres accionadas por terroristas suicidas, tres en el metro y una en un autobús en Tavistock Square. El número de muertos y heridos aún no se había contabilizado.

En esa bonita plaza londinense, Ajita, Valentín y yo habíamos asistido a muchas disertaciones de filosofía. Bebíamos vino y comíamos sándwiches sobre la hierba, comentando la personalidad de los profesores. Allí había escrito Dickens su Casa desolada, y Virginia Woolf las Tres guineas; allí había estado Lenin y en el sótano del número 52 Hogath Press publicó las traducciones de Freud que hizo James Strachey. También hay una placa que conmemora a los objetores de conciencia de la Primera Guerra Mundial, así como otra de las víctimas de Hiroshima y una estatua de Gandhi. Mis pacientes se referían a esos sucesos como “nuestro 11 S”. Los hospitales empezaron a admitir las legiones de heridos al mismo tiempo que unos infiernos horripilantes ardían bajo la ciudad. Aquel día y su noche nos perseguían las imágenes televisivas de rostros heridos, tiznados y ensangrentados, inocentes destrozados sin culpa alguna conducidos por túneles reventados en tinieblas debajo de nuestras aceras y calzadas, mientras otros gritaban lamentos. ¿Dónde estaban? ¿Conocíamos a algunos
de ellos? (...)

Desde la década del 80, de la Dama de Hierro hasta los atentados de 2005

Muchas cosas cambiaron en Londres desde que Omar Alí consiguiese convertir su hermosa lavandería de Ropa limpia, negocios sucios en una casa de espectáculos. Los que peleaban contra el thatcherismo terminaron llevando a Blair al poder. Algunos, pragmatismo de por medio, juntaron negocios con Partido Laborista. Otros, cinismo de por medio, pregonaron el fin de toda ilusión. Pero unos y otros, más viejos, más cansados, se miran sin poder entender cómo fue que llegaron hasta ahí. En ese pasaje de treinta años, un observador, en su barrio del este londinense, no ha dejado de anotar cada gesto social, cada cambio por mínimo que parezca, cada costumbre que nace o que muere. Lo hace, Hanif Kureishi, el observador en cuestión, dotado de tres armas básicas: ojo clínico, intuición generosa y afecto inconmovible por esas criaturas que son sus vecinos, sus amigos, sus parientes. Las voces de la calle, esas que nutren al autor del guión de Ropa limpia, negocios sucios, o de las potentes novelas El buda de los suburbios, El álbum negro, vuelven a aparecer en Algo que contarte, que Anagrama pondrá en librerías la próxima semana. Es otro retrato coral en el que Londres se convierte por peso propio en un personaje más, como obliga el lugar común a decir en estos casos. Esta vez, la voz del protagonista es la de Jamal Khan, un psicoanalista obviamente hijo de madre inglesa y padre paquistaní. La increíble relación entre su hermana impresentable –cinco hijos de distintos padres, ningún objetivo en la vida, tatuajes en todo el cuerpo– y su mejor amigo, un cool director de teatro y cine, le da pie a Kureishi para hablar de las costumbres, la política, los problemas del multiculturalismo, la decepción y, finalmente, de esas bombas que estallan en Londres el 7 de julio del 2005. Una vez más, Kureishi une los acontecimientos personales con los sociales, todo eso que hace la historia del mundo con la historia de cada uno. Hubo un antes que desembocó en esas bombas. Un contexto que las parió. Y un montón de personas que las sufrieron.


En Critica de la Argentina

lunes, 11 de mayo de 2009

Lo que me gusta de tu cuerpo

Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo.


Lo que me gusta de tu sexo es la boca.


Lo que me gusta de tu boca es la lengua.


Lo que me gusta de tu lengua es la palabra.



En Papeles Inesperados
de Julio Cortázar

"En los libros se buscan secretos" por Michel Petit

ENTREVISTA PUBLICADA EN CRITICA de la Argentina, 11 de mayo de 2009


Michèle Petit, socióloga y antropóloga francesa e investigadora del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia, viajó a la Argentina invitada por la Conabip para dar la conferencia de cierre en el 2º Encuentro Nacional de Bibliotecas Populares en la 35º Feria Internacional del Libro.




–En su libro La invención de lo cotidiano, Michel de Certeau sostiene que los lectores son viajeros dedicados a la caza furtiva en textos ajenos, ¿se considera una de esas lectoras nómadas?

–Absolutamente. Ciertamente he citado esa frase, más allá de lo que me aportó De Certeau, porque para mí, como lectora, y quizá también como investigadora, el espacio de la lectura es un espacio de libertad. Un espacio en el que circulo lo más libremente posible. No son tantos esos espacios en que puedes permitirte esa libertad. El espacio de la lectura, y más allá de la cultura, te permite eso si tuviste la suerte de estar iniciado precozmente. Por mi parte, yo tuve la suerte de ver a mis padres que circulaban muy tranquilos entre múltiples textos, libros, música, películas, no por pretenciosos sino porque les hacía muy bien, eran personas frágiles que se reparaban mucho con cultura. Me transmitieron eso, que uno podía ser un nómada, de sentirse sin casa, sin lugar, pero que por lo menos estaban los libros, estaban los bienes culturales, con eso te podías reparar de muchas cosas y construir tu propia casa.

–¿Qué es el olvido para alguien que lee?

–Yo creo que el olvido es parte de la lectura, nos olvidamos de la mayoría de lo que leemos, nos olvidamos conscientemente de lo que leemos y hay gente que se preocupa por eso. Me acuerdo de que cuando comencé a trabajar con la lectura en medios rurales en Francia, me encontré con personas de edad, ancianas, que me decían “pero no, es terrible, porque si yo leo algo, después me lo olvidé”; y yo les dije “¿y qué?”.

–En su libro Lecturas: del espacio íntimo al espacio público, publicado por la Conabip, usted sostiene que no debería ser objeto de indagación por parte de un adulto lo que leen un niño o un adolescente, ¿qué puede decirnos acerca de la lectura controlada?

–En los escritores encontramos ecos que tienen relación con lo más íntimo de uno mismo, con las preguntas indecibles, preguntas que para los niños son preguntas metafísicas en relación con la muerte, con la vida o en relación con lo que les puede pasar a los padres, “si ellos mueren o me abandonan, qué me puede pasar a mí”, y preguntas de ese estilo que después van a tener que ver con experiencias tan fuertes como el amor, el erotismo, el miedo a la muerte, al abandono, la rivalidad, el odio, el deseo físico, lo erótico. Son temas muy íntimos; no significa que uno no pueda hablar con un niño de lo que ha leído y, al contrario, vemos que muy a menudo, en contextos difíciles, a partir de una experiencia los niños y adolescentes, e incluso los adultos, empiezan a hablar de cosas insólitas y difíciles por las que pasaron, pero esa indagación debe ser sutil, con delicadeza y no con preguntas fuertes. La actitud intrusiva puede alejar mucho a los niños y a los adolescentes de la lectura y acá vemos lo difícil que es para un docente saber abrir un espacio para que se pueda hablar acerca de un libro sin ser intrusivo, y también para los padres, porque hay que estar atento a si el niño quiere comentar algo respecto de lo que lee o, sin comentar, en el juego el niño hace una cosa que ha recuperado y por eso hay que estar atento, escuchar, hablar con él pero siendo sutil.

–¿Qué buscamos en los libros?

–En los libros buscamos cosas, entre ellas, lo indecible, es muy complicado dar forma a la experiencia humana cuando nos pasa algo fuerte, que puede ser muy difícil o que puede ser formidable, nos quedamos sin palabras, o incluso cuando uno está enamorado, las palabras faltan a menudo, entonces (y acá está lo bueno), para eso están los especialistas, en todas las sociedades hubo especialistas de la puesta en escena de la experiencia humana en su complejidad, que son quienes cuentan cuentos, los escritores y, de otro modo, los psicoanalistas. También buscamos secretos, quizá en cada lectura hay la búsqueda de un secreto, que cambia a lo largo de la vida. Y buscamos el encuentro inesperado, no sólo en los libros pero también en los libros, porque el encuentro inesperado nos da vida.

–¿Qué puede comentarnos sobre el trabajo de los bibliotecarios en las bibliotecas populares?

–Yo acepté la invitación que me hizo María del Carmen Bianchi (directora de la Conabip) de venir aquí porque se trataba de hablar de bibliotecas populares y me parece que no se habla lo suficiente del tema. Estamos en una época en que hay gente que dice que ahora, por las nuevas tecnologías, las bibliotecas van a ir disminuyendo, pero a mí me parece que el rol de las bibliotecas sigue siendo un espacio muy importante y que hay tres elementos clave: los bibliotecarios, antes que nada; los bienes culturales, y el lugar físico. Las tres cosas son imprescindibles y para las tres se necesita pensamiento y dinero, un apoyo fuerte y real.


TAMBIÉN PUEDE LEERSE A PÈTIT EN
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/

sábado, 9 de mayo de 2009

El Oficio de Vivir según Cesare Pavese

24 de octubre
1935

Sabemos utilizar la estrategia amorosa sólo cuando no estamos enamorados.


30 de octubre
1935
El dolor no es en modo alguno un privilegio, un signo de nobleza, un recuerdo de Dios. El dolor es una cosa bestial y feroz, trivial y gratuita, natural como el aire. Es impalpable, escapa a toda captura y a toda lucha; vive en el tiempo, es lo mismo que el tiempo; si tiene sobresaltos y gritos, los tiene sólo para dejar más indefenso a quien sufre, en los instantes sucesivos, en los largos instantes en los que se vuelve a saborear el desgarramiento pasado y se espera el siguiente. Estos sobresaltos no son el dolor propiamente dicho, son instantes de vitalidad inventados por los nervios para hacer sentir la duración del dolor verdadero, la duración tediosa, exasperante, infinita del tiempo-dolor. Quien sufre está siempre en situación de espera -espera del sobresalto y espera del nuevo sobresalto. Llega un momento en que se prefiere la crisis del grito a su espera. Llega un momento en que se grita sin necesidad, con tal de romper la corriente del tiempo, con tal de sentir que ocurre algo, que la duración eterna del dolor bestial se ha interrumpido por un instante -aunque sea para intensificarse.

A veces nos asalta la sospecha de que la muerte -el infierno- seguirá consistiendo en el fluir de un dolor sin sobresaltos, sin voz, sin instantes, todo él tiempo y todo él eternidad, incesante como el fluir de la sangre en un cuerpo que ya no morirá.

¡La fuerza de la indiferencia! -es la que permitió a las piedras perdurar inmutables durante millones de años.



31 de agosto
(en Gressoney)
1942


De niño se aprende a conocer el mundo no -como parecería- gracias al inmediato y originario contacto con las cosas, sino a través de los signos de las cosas: palabras, viñetas, relatos. Si nos remontamos a un momento cualquiera de conmoción extática ante cualquier cosa del mundo, encontramos que nos conmovemos porque ya nos hemos conmovido; y nos hemos conmovido ya porque un día algo nos pareció transfigurado, separado del resto, por una palabra, una fábula, una fantasía que a ello se refería. Naturalmente en aquel tiempo la fantasía nos llegó como realidad, como conocimiento objetivo y no como invención.

Cesare Pavese

jueves, 7 de mayo de 2009

Nuevo Taller

PRÓXIMO SÁBADO 9 DE MAYO





TALLER VIRTUAL DE LECTURA Y ESCRITURA

Segunda carta conyugal

Necesito a mi lado una mujer sencilla y equilibrada,
y cuya alma agitada y oscura no alimentara continuamente
mi desesperación. Los últimos tiempos te veía siempre
con un sentimiento de temor e incomodidad.
Sé muy bien que tus inquietudes por mí son a causa de tu amor,
pero es tu alma enferma y malformada como la mía la que exaspera
esas inquietudes y te corrompe la sangre.
No quiero seguir viviendo contigo bajo el miedo.


Agregaré que además necesito una mujer que sea mía exclusivamente,
y que pueda encontrar en todo momento en mi casa.
Estoy aturdido de soledad. Por la noche no puedo regresar
a un cuarto solo sin tener a mi alcance ninguna de las comodidades
de la vida. Me hace falta un hogar y lo necesito enseguida,
y una mujer que se ocupe de mí permanentemente, incapaz como soy
de ocuparme de nada, que se ocupe de mí hasta de lo más insignificante.
Una artista como tú tiene su vida y no puede hacer otra cosa.
Todo lo que te digo es de una mezquindad atroz, pero es así.
No es preciso siquiera que esa mujer sea hermosa, tampoco quiero
que tenga una excesiva inteligencia, y menos aún que piense demasiado.
Con que se apegue a mí es suficiente.


Pienso que sabrás reconocer la enorme franqueza con que te hablo y sabrás
darme la siguiente prueba de tu inteligencia:
comprender muy bien que todo lo que te digo no rebaja en nada
la profunda ternura, y el indecible sentimiento de amor que te tengo
y seguiré teniendo inalienablemente por ti, pero ese sentimiento no guarda
ninguna relación con el devenir corriente de la vida.
La vida es para vivirse.
Son demasiadas las cosas que me unen a ti para que te pida que lo nuestro
se rompa; sólo te pido que cambiemos nuestras relaciones,
que cada uno se construya una vida diferente, pero que no nos desunirá más.

Antonin Artaud
En "El Pesa-Nervios"
(1925)

lunes, 4 de mayo de 2009

El Amenazado de J. L. Borges

Es el amor. Tendré que ocultarme o huir.

Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La
hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición el aprendizaje de las palabras que Usó
el áspero Norte para cantar sus yeguas y sus espadas, la serena amistad,
Las galerías de la Biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven
de amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche
intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo, es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya voz el hombre se levanta a la
del ave, ya se han oscurecido los que miran por la ventana, pero la
sombra no ha traído la paz.
Es ya lo se, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, y la espera
la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus Mitologías, con su pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me hordas las cercan,.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.

domingo, 3 de mayo de 2009

Walter Benjamín


Jamás podremos recuperar del todo lo que olvidamos. Quizás esté bien así. El choque que produciría recuperarlo sería tan destructor que al instante deberíamos dejar de comprender nuestra nostalgia. De otra manera la comprendemos, y tanto mejor, cuanto más profundo yace en nosotros lo olvidado. Del mismo modo que la palabra perdida, que acaba de huir de nuestros labios, nos infundiría la elocuencia de Demóstenes, así lo olvidado nos parece pesar por toda la vida vivida que nos promete. Lo que hace molesto y grávido lo olvidado tal vez no sea sino un resto de costumbres perdidas que nos resultan difíciles de recuperar. Quizás sea la mezcla con el polvo de nuestras moradas derrumbadas lo que constituye el secreto por el que pervive. Como quiera que sea, para cada cual existen cosas que forman en él costumbres, unas más duraderas que otras. Por medio de ellas se van desarrollando facultades que serán condicionantes de su existencia. Para la mía propia lo fueron leer y escribir, y por eso, nada de l oque me ocupaba en mis años mozos evoca mayor nostalgia que el juego de letras. Contenía, en unas pequeñas tablillas, unos caracteres que eran más menudos y también más femeninos que las impresas. Se colocaban, gráciles, sobre un pequeño atril inclinado, cada uno perfecto, y fijado uno tras otro por las reglas de su Orden, cual es la palabra a la que pertenecían por ser ésa su patrón. Me admiraba cómo podía existir tanta sencillez unida a tan grande majestuosidad. Era un estado de gracia. Y mi mano derecha que, obediente, lo buscaba con empeño, no lo encontraba. Tuvo que quedarse fuera, como el portero que debe dejar pasar a los elegidos. De esa manera su trato con las letras estaba lleno de resignación. La nostalgia que despierta en mí demuestra cuán estrechamente ligado estaba a mi infancia. Lo que busco realmente es ella misma, toda la infancia, tal y como sabía manejarla la mano que colocaba las letras en el atril, donde se enlazaban las unas con las otras. La mano aún puede soñar el manejo, pero nunca podrá despertar para realizarlo realmente. Así, más de uno soñará en cómo aprendió a andar. Pero no le sirve de nada. Ahora sabe andar, pero nunca jamás volverá a aprenderlo




Walter Benjamín

Infancia en Berlín hacia 1900