miércoles, 17 de junio de 2009

El cerebro y el corazón roto: VIda de Antonio Gramsci


Por Giuseppe Fiori

Llegó a Moscú con una fuerte depresión. Estaba enfermo. Pagaba la tensión polémica de los últimos tiempos, las amarguras y las incomprensiones y, además, unas fatigas que no podía soportar sin grave detrimento un hombre como él, que al cuerpo desgraciado unía la desnutrición y los choques psicológicos sufridos de pequeño. Sus compañeros de trabajo se dieron cuenta pronto de sus pésimas condiciones de salud y a principios de verano, Grigori Zinoviev, que presidía entonces la Internacional, quiso que fuese a recuperarse en el sanatorio del Serebriani Bor (el “bosque de plata”), en la periferia de Moscú. Tenía tics nerviosos, altibajos “casi feroces”, convulsiones. “Algunas personas muy amables, que venían a hacerme compañía –contará–, me dijeron más tarde que habían tenido miedo, sabiendo que era sardo, ¡de que intentase degollar a alguien!”



Gramsci se sintió intimidado. Tenía treinta y un años y hasta entonces nunca se había abierto completamente a una muchacha. Se dominaba por miedo a la desilusión: le oprimía la conciencia de su estado físico. “Desde hace muchos, muchos años, me he acostumbrado a pensar que existe una imposibilidad absoluta, casi fatal de que yo pueda ser amado.” La visión de Julia le turbaba. Después de uno de los primeros encuentros le escribió: “¿Ha venido a Moscú, como me había anunciado? La he esperado durante tres días. No me he movido de mi habitación, por temor de que pudiese ocurrir lo de la otra vez... ¿No ha estado en Moscú, de verdad? Estoy seguro de que si hubiese estado se habría acercado a mi casa, aunque fuese sólo un momento... ¿Vendrá pronto? ¿Podré verla otra vez...? Escríbame. Sus palabras me hacen mucho bien, me dan más fuerza”.


“Sigo con el pensamiento todos los recuerdos de nuestra vida común, desde el primer día que te vi en Serebriani Bor, cuando no me atrevía a entrar en la habitación porque me habías intimidado (de verdad, me habías intimidado y hoy sonrío recordando esta impresión), hasta el día en que te fuiste a pie y yo te acompañé hasta la gran carretera que atraviesa el bosque y me quedé mucho rato allí, viendo cómo te alejabas sola por la gran carretera, hacia el mundo grande y terrible”.(Gramsci)


“Cuántas veces –escribirá a Julia– me he preguntado si era posible ligarse a una masa sin haber amado a nadie ni siquiera a los propios padres, si era posible amar a una colectividad sin haber amado profundamente a criaturas humanas singulares. ¿No habrá tenido esto un reflejo sobre mi vida de militante? ¿No habrá esterilizado y reducido a un puro hecho intelectual, a un puro cálculo matemático mi cualidad de revolucionario? He pensado mucho en todo esto y he vuelto a pensar en ello estos días, porque he pensado mucho en ti, en ti que has entrado en mi vida y me has dado el amor, me has dado lo que siempre me había faltado y me hacía a menudo malo y torvo.” (Gramsci)

Estos párrafos pertenecen a la biografía de Antonio Gramsci escrita por Giuseppe Fiori y que este último domingo reprodujo -en el suplemento Radar Libros- el diario Página/12.


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