lunes, 27 de julio de 2009

Año Galileo


GALILEI. — Sí. (Secándose.) Es lo que también yo sentí cuando vi el armatoste por primera vez. Algunos lo sienten. (Le tira la toalla a Andrea para que le frote la espalda.) Muros, anillos e inmovilidad. Durante dos mil años creyó la humanidad que el Sol y todos los astros del cielo daban vueltas a su alrededor. El Papa, los cardenales, los príncipes, los eruditos, capitanes, comerciantes, pescaderas y escolares creyeron estar sentados inmóviles en esa esfera de cristal.
Pero ahora nosotros salimos de eso, Andrea. El tiempo viejo ha pasado y estamos en una nueva época. Es como si la humanidad esperara algo desde hace un siglo. Las ciudades son estrechas y así son las cabezas. Supersticiones y peste. Pero desde hoy no todo lo que es verdad debe seguir valiendo. Todo se mueve, mi amigo. Me alegra pensar que la duda comenzó con los navíos. Desde que la humanidad tiene memoria se arrastraron a lo largo de las costas, pero de repente las abandonaron y se largaron a todos los mares. En nuestro viejo continente se ha comenzado a oír un rumor: existen nuevos continentes. Y desde que nuestros navíos viajan hacia ellos se
festeja por todas partes que el inmenso y temido mar es un agua pequeña. Desde entonces ha sobrevenido el gran deseo: investigar la causa de todas las cosas, por qué la piedra cae al soltarla y por qué la piedra sube cuando se la arroja hacia arriba. Cada día se descubre algo. Hasta los viejos de cien años se hacen gritar al oído por los jóvenes los nuevos descubrimientos. Ya se ha encontrado algo pero existen otras cosas que deben explicarse. Mucha tarea espera a nuestra nueva generación.
"En Siena, de muchacho, observé cómo unos trabajadores reemplazaban, luego de cinco minutos de disputa, una costumbre milenaria de mover bloques de granito por una nueva y razonable forma de disponer las cuerdas. Fue allí donde caí en la cuenta: el tiempo viejo ha pasado, estamos ante una nueva época. Pronto la humanidad entera sabrá perfectamente dónde habita, en qué clase de cuerpo celeste le toca vivir. Porque lo que dicen los viejos libros ya no les basta, porque donde la fe reinó durante mil años, ahora reina la duda. El mundo entero dice: sí, eso está en los libros, pero dejadnos ahora mirar a nosotros mismos. A la verdad más festejada se le golpea hoy en el hombro; lo que nunca fue duda hoy se pone en tela de juicio, de modo que se ha originado una corriente de aire que ventila hasta las faldas bordadas en oro de
príncipes y prelados, haciéndose visibles piernas gordas y flacas, piernas que son como nuestras piernas. Ha quedado en descubierto que las bóvedas celestes están vacías y ya se escuchan alegres risotadas por ello. Pero las aguas de la tierra empujan las nuevas ruecas y en los astilleros, en las cordelerías y
en las manufacturas de velas se agitan quinientas manos al mismo tiempo en busca de un nuevo ordenamiento. Yo profetizo que todavía durante nuestra vida se hablará de astronomía hasta en los mercados y hasta los hijos de las pescaderas correrán a las escuelas. A esos hombres deseosos de renovación les gustará saber que una nueva astronomía permite moverse también a la Tierra. Siempre se ha predicado que los astros están sujetos a una bóveda de cristal y que no pueden caer. Ahora, nosotros hemos tenido la audacia de dejarlos moverse en libertad, sin apoyos, y
ellos se encuentran en un gran viaje, igual que nuestras naves, sin detenerse, ¡en un gran viaje! La Tierra rueda alegremente alrededor del Sol y las pescaderas, los comerciantes, los príncipes y los cardenales y hasta el mismo Papa ruedan con ella.
El universo entero ha perdido de la noche a la mañana su centro y al amanecer tenía miles, de modo que ahora cada uno y ninguno será ese centro. Repentinamente ha quedado muchísimo lugar. Nuestras naves se atreven mar adentro, nuestros astros dan amplias vueltas en el espacio y hasta en el ajedrez las torres saltan todas las filas e hileras. ¿Cómo dice el poeta?
ANDREA. — “¡Oh temprano albor del comenzar!
¡Oh soplo del viento
que viene de nuevas costas!”…
Sí, pero beba su leche que ya comenzarán de nuevo las visitas.


Fragmento de la obra teatral "Galileo Galilei" de Bertold Brecht

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