miércoles, 27 de enero de 2010

Cuento de verano

La vi. Iba caminando por la playa. Vi a la viuda. La viuda en la playa me fascinó. Me senté en la arena a contemplarla.


El entierro había pasado frente a mi ventana. Al muerto lo había visto algunas veces en el bar y cuando nos cruzábamos nos saludábamos apenas con un “buen día”. Era un hombre grande, de cara colorada. Las veces que lo cruzaba acompañado de su mujer no me saludaba, hacía como que no me veía y yo también. Nuestro mayor diálogo fue el día que le pregunté la hora al mozo y fue él quien me respondió. Los domingos iba a una playa lejana en su Citroën, con su mujer, su hijo y la sombrilla. Su mujer iba con el niño a la playa enfrente de mi casa, sólo en verano. Yo la veía de lejos. Sabía que era casada, que tal vez me conociese de vista. Yo no la miraba de frente.

Supe, por charlas en el bar, que el muerto había pasado muchos meses enfermo, que había sufrido mucho.

Ahora estoy sentado en la arena mirando a su viuda. ¿Una viuda va a la playa? Nuestra playa no es fantástica, va poca gente. Seguro que lo hace por el niño. Nunca la vi sola. Y su malla es negra, no creo que por el luto, ya la usaba antes. No mira a nadie, se ocupa del nene, que debe tener unos dos años.

Mirándola pensé: si fuera casado y muriera, me gustaría que algunos días después mi viuda fuera a la playa con mi hijo. La viuda es muy bonita. No de las que llaman la atención. Es discreta. Sus curvas son discretas pero marcadas. Imagino que debe tener veintisiete años o tal vez treinta. Sus cabellos son bien negros, sus ojos parecen almendras, nariz recta, boca grande sólo un poco, rasgos marcados.

El niño corre de nuevo para el agua y le desobedece. Ella se levanta y va tras él. Si fuera casado y muriese tal vez estaría un poco resentido al pensar que, algunos días después, un hombre –un extraño, que apenas cruzo en el bar– mirase el cuerpo de mi mujer en la playa. Aunque fuera una mirada discreta, casi distraída.

Pero no estoy muerto y soy otro hombre. Estoy vivo y eso me hace ser superior.

¡Vivo! Vivo como ese nene que ríe jugando en el agua, tirándole agua a la madre que corre a buscarlo. Vivo, como esa mujer que pisa la espuma y lo levanta en upa y regresan a la arena. El esfuerzo le tensa los músculos de los brazos y de las piernas. Está hermosa.

El nene se queda bajo la sombrilla y es ella la que entra en el mar para sacarse la arena. Regresa despacio. La viuda no está de luto, no. La viuda está brillando de sol, vestida de agua y de luz. Respira hondo el viento del mar. Lejos del cuarto del enfermo. Lejos del hombre al que vio marchitarse, caer de su gloria de hombre fuerte, derrumbarse de su imperio de ser su hombre y el padre de su hijo. Lamentable, impertinente, ridículo, a veces asqueroso…

No quiero pensar. Respiro profundo el aire limpio y libre. El sol brilla en los cabellos y en la curva del hombro de la viuda. Está sentada quieta, seria, una pierna extendida, otra en ángulo. El sol brilla en su rodilla. El sol la ama. Y yo la miro.


Rubem Braga
Río de Janeiro (1958).
En Critica de la Argentina
http://criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=37574


*En la imagen, una escena de la pelicula "Antes del Amanecer".

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