domingo, 31 de enero de 2010

Los dones ocultos

Cuando aprendemos a juntar las letras comenzamos a escribir, hacemos alguna frase graciosa que al abuelo le parece genial y se la muestra a todo el mundo. En ese momento nos convencemos de que somos escritores. Esa convicción es también un compromiso: “Si es escritor, está obligado a escribir”. Si nuestros padres son intelectualmente mediocres, nuestra supuesta vocación es más fácil. Pero cuando los padres son escritores o simplemente lectores, se nos exige mucho más. Además de calidad tenemos que tener originalidad. Desde pequeños tenemos la maldición de cualquier escritor: tener estilo e ideas. En general, todos los padres se babean ante cualquier manifestación precoz de sus niños. Cualquier interpretación de un libro escolar ya les parece brillante. Pero los padres sofisticados son los peores. Quieren que su hijo construya pequeñas frases, emita conceptos, todo dentro de la baja calidad que la literatura brasileña considera excelente. Esto no debe llevar a creer que para llegar a ser escritor es mejor que los padres no tengan formación y dejen que el niño progrese solo. Y que si tuviese talento podría llegar lejos, liberado de la mediocridad doméstica.


No condenamos a los padres que saben apreciar buena literatura. Sus hijos, en general, esconden sus trabajos por temor al juicio. Son jueces de sí mismo. También hay otra manera de estimular la vocación literaria de los jóvenes y es una casa abierta, donde todos leen. Lo bueno y lo malo. Donde todo el mundo tiene derecho a tener opinión por igual y dice lo que quiere sobre la producción de sus padres, hermanos, tíos o visitas en una especie de tribunal literario, durante la cena.

Para escribir hay que tener el don de la escritura, así como el cantante necesita el don de la voz. Todos conocemos personas inteligente, brillantes en su profesión –medicina, arquitectura, ingeniería, economía– que, sin embargo, por mejores que sean no consiguen pasar esa sabiduría a la escritura. Dios es sobrio en el reparto de dones: quienes los acumulan son muy pocos. Las buenas cantantes de ópera son gordas. Y las esbeltas sólo tienen un hilo de voz. Muy pocos oradores son buenos escritores. Parece que el estímulo de una audiencia les facilita sus frases efectivas. Una hoja en blanco no suelta su talento, necesitan el estímulo de una audiencia. Pensándolo bien, es correcto. ¿Por qué un solo individuo tiene que recibir el don de escribir y el de ser elocuente?

Siempre espero descubrir en los otros los dones ocultos por el pudor o la timidez. No siempre tengo éxito. Parece que Dios sólo reparte pudor y timidez con la mano izquierda.

Rachel de Queiroz
En Critica de la Argentina

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