martes, 19 de mayo de 2009

Un poeta a la altura de lo que escribía

Mario Benedetti nos anticipó que somos mucho más que dos, que al fuego le debemos decir gracias y que el Sur también existe. Algunos opinan que es un gran poeta menor. Arrancó la poesía del libro y la emparentó con la música: consiguió la prodigiosa multiplicación de los otros panes. Un poema alado por la música llegará siempre más lejos que todo misil preventivo. Certero, llegará a cada corazón y sin daños colaterales.

A Benedetti lo conocí a través de varias entrevistas. Conservo su imagen de cordial farmacéutico, con su corbata siempre descentrada y metida bajo el cinturón. Como hombre, como ciudadano del mundo, siempre estuvo a la altura de lo que enarboló escribiendo. ¿De cuántos se puede decir esto? Así anda, así trastabilla el mundo.

La última vez que lo encontré, café de San Telmo mediante, le propuse hablar sobre la muerte. Apretó el ceño, se mordió el bigote perfectamente recortado, carraspeó. Temí que la pregunta quedara sumida en un silencio sin retorno. Poco considerado, lo apuré con otra entre jocosa y desmesurada: "Mario, ¿al menos podría decir de dónde venimos y adónde vamos?". Suspiró, sonrío apenas y siguió: "Demasiado sencilla la pregunta, ¿no? ¡Yo qué sé! Lo más fácil sería responder que venimos de la nada y vamos hacia la nada. Pero tampoco estoy seguro". "¿Hay algo que usted tenga por seguro?", le dije. "Sí: que no quiero ser olvidadizo y, menos, olvidador; que no debemos encogernos de hombros ante los 40.000 niños que sucumben diariamente en el purgatorio del hambre."

Vaya a saber uno por qué, siempre llueve cuando se viene la última despedida. Benedetti se puso el perramus sobre los hombros, subimos a un taxi y, sin que mediara pregunta, empezó a modelar su respuesta pendiente: "Lo importante es la voluntad de abrir caminos. Para uno y para los demás. Es no conformarse con los que abrieron otros, con las autopistas y avenidas ya abiertas. El abrecaminos abre un pequeño sendero, todavía rodeado de malezas. Es una manera de luchar contra la vejez, contra los años que se vienen. Se trata de tener respuestas vitales, aunque todos sabemos que tenemos el fin obligatorio. La muerte es inevitable, pero es injusta. Y no merecemos morir".

Las noticias nos dicen que Mario Benedetti ha muerto. El, con su porfiado luminoso enojo, sin trampear, ha desfondado la ley de las leyes. Hoy, la enojada es la muerte. Miles, millones de personas, están pronunciando los transparentes poemas de Mario, señal de que ella esta vez perdió la pulseada. La muerte no siempre se sale con la suya. Benedetti, en realidad, ahora respira de otra manera. No descansa en paz: descansa en solidaridad.


Rodolfo Braceli

En http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1129753

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