lunes, 21 de febrero de 2011

Más allá de mí

Sábado, madrugada
           
Escribo. Más allá de la imagen. Me lanzo sin red hacia ella.
Escribo para buscar. Escribo para encontrar. Y, en el mientras tanto, me redimo. Oprimen en esta noche cerrada los pensamientos. Y en la realidad, la palabra sobrevive. La noche es lánguida y el día será su disimulada pena. Esta grieta, que se abre entre el arriba y el abajo, orada la herida.  Todo es presencia: todo está ahí arriba del puente; todo está ahí abajo. En el medio, el agua. Espejo de todos. Es este el canto del desacierto. ¿Cuántas indecisiones gobiernan una vida? ¿Cuántas otras las construyen? ¿Cuántas debilidades la gobiernan?  ¿Cuántas otras las destruyen?... ¡Y qué lejos me queda el agua!      
            La palabra es un grito de salvación cuando no hallo cómo decir. Un grito. De rescate. En soledad.
            Camino. Creo que camino. La noche amanecida cae detrás de mis pasos. De terciopelo, cálida, líquida. Y la historia no aparece. Siempre en fuga. Esperando que la atrape. La vida, mientras tanto, siempre ahí. Presente. Sabe que la espero. ¡Cuánto la espero! La historia. La vida. Sin una. Con la otra. Nada es lo que parece. Todo está ahí arriba del puente; todo está ahí abajo. En medio, el agua. Espejo de lo inaprensible.


Sábado, mediodía.

            Entre que me lleven y que me dejen, se escurrió la mañana. Más allá de mí, está este destino de extravío. Me confunde la mirada este paisaje sombrío y delicioso de una Venecia que no me deja encontrarla. ¿Arriba o abajo? ¿Dónde? Me abate esta imposibilidad de asirla.  ¿Cuál es el decir de sus góndolas?... Entre sus puentes y el agua, ¿qué trasbordo hacen los secretos ancestrales, que inundan de humedad y dulzura de tiempo, este espacio vacío y amarrado que se me cuela por los ojos?... ¿Cómo nombrar este estar perdido?…
            Saldré en su búsqueda y nada me detendrá. Entonces, colmaré mis vísceras con  su aire. Sentiré arder mi respiración, mi sangre a borbotones florecerá y seré un único e impetuoso movimiento hacia la carrera de los viajeros amantes, que surcan las aguas de lo cierto.
            ¡Sí!, aún sigo aquí. Junto al mirador. Ya se acercan los pasos de mi “lazarilla”. Los escuchó avanzar. Cortos pero seguros. Suaves pero continuos. Ella me arrastrará con todo mi pesar por esta Venecia que me pierde y me olvida.
           
            6 de octubre de 2007

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