domingo, 23 de agosto de 2009

Soriano nos lleva de viaje




Tres imágenes.

Una. Noche de julio de 2002. Cena en un bar. Cumpleaños. Una amiga eterna. Un regalo: "Cuarteles de Invierno" de Osvaldo Soriano. Un enero de 2003 hundida en esa lectura. Una emoción: el sentimiento profundo de la Amistad hasta abrazar el alma y el cuerpo todo y, Comprender que nadie como él supo "decir" la Amistad, y nuestra Argentina.

Dos. Finales del mes de octubre de 2003. Últimas clases con los alumnos de cuarto año de la escuela secundaria. Lecturas finales: "Volubilidad" de Marcelo Cohen, "La habitación cerrada" de Paul Auster y "Cuarteles de Invierno". Se le animaron los mejores A Soriano. Aún hoy Quienes rinden culto a la Amistad. Y la compartimos. Mérito exclusivo del "Gordo".

Tres. Cada Relectura de "Cuentos de Los Años Felices" (1993) es un nuevo viaje a. Un padre, que es el mío. Un tren que es aquel primer tren en el que viaje. Una historia de amor que es la de todos. Hombres y mujeres de códigos de honor, lealtad. Un periodismo "literario". Una que la Argentina, primero Sone, y leí después. Una Argentina desde lo hondo de la melancolía y la nostalgia por no ser.

Con Mediante estas fotografías, la primera invitación de este viaje es hacia Soriano y uno de los cuentos de "mis" felices años.


"Primeros amores

Siempre que voy a emprender un largo viaje recuerdo algunas cosas mías de cuando Todavía no soñaba con escribir novelas de madrugada ni Subir a los aviones ni dormir en hoteles lejanos. Esas imágenes van y vienen como una hamaca vacía: mi primera novia y mi primer gol. Mi primera novia era una chica de pelo negro muy, tímida, ahora que Estará casada Tendrá hijos y es rocanrol de edad. Fue con ella que hice por primera vez el amor, un lunes de 1958, a la hora de la siesta, en una fila de butacas rotas de un cine vacío.


Antes de llegar a eso, otro día de invierno, su madre nos sorprendió en la penumbra de la boletería con la ropa desabrochada y ahí nomás le pegó dos bofetadas que Todavía me suenan, lejanas y dolorosas, en El Eco de Aquellos años de frondicismo y resistencia peronista. Su padre era un tipo sin pelo, de pocas pulgas, que masticaba cigarros y me saludaba de mal humor Porque ya Bastantes Tenía problemas con otra hija que volvía al amanecer y en coche ajeno. Mi novia y yo Teníamos quince años. Al caer la tarde, el cine como no daba Función, nos sentábamos en la plaza y nos hacíamos mimos hasta que aparecia el vigilante de la esquina.


No había gran cosa para divertirse en aquel pueblo. Las calles eran de tierra para ver el asfalto y había que salir hasta la ruta que corría recta, Bardas entre chacras y, desde General Roca hasta Neuquén. Cualquier cosa que llegara de Buenos Aires se convertía en un acontecimien ¬ to. Eran treinta y seis horas de tren o un avión semanal carísimo y peligroso, De qué manera sólo recuerdo la visita de un boxeador en decadencia Que Fue A Roca, al equipo de Banfield, que Llegó exhausto un Neuquén ya unos tipos que se hacian pasar por El Trío Los Panchos y llenaban el salón de fiestas del Club Cipolletti. Los diarios de la Capital tardaban tres días en llegar y no había ni una sola librería ni un lugar donde escuchar música o Representar teatro. Recuerdo un club de fotógrafos Aficio ¬ ONAD y la banda del regimiento que una vez por mes venia un tocarle retretas a la patria. Entonces sólo quedaban el fútbol y las carreras de motos, que empezaban una Ponerse de moda.


Cuando su madre le dio Aquella bofetada a mi novia, yo estaba en la Escuela Industrial Y todavía no se había convertido mi primer gol. Jugaba en una de esas canchitas hechas por los chicos del barrio, y de vez en cuando acertaba un meterla en el arco, pero esos goles no todos contaban Porque pensábamos hacer otros mejores, con público y con nuestras novias temblando de admi ¬ ración. Con toda seguridad éramos terriblemente machistas Porque parecíamos en un tiempo y en un mundo que eran Así cuestionarse el pecado. Un mundo de milicos levantiscos y jerarquías Consagradas, prostibularios de Varones y chicas hacendosas, sobre el que pronto iba a caer como un aluvión el furioso Jolgorio de los años sesenta.


Pero A fines de los cincuenta queríamos madurar pronto y triunfar en alguna cosa viril y estúpida como las carreras de motos o los partidos de fútbol. Yo me di varios coscorrones antes de convencerme de que no Tenía Ningún talento para las pistas. Mi padre Solía acompa ¬ ñarme para tocar el carburador o calibrar el encendido de la tehuelche, pero mi madre sufria demasiado ya mí las curvas y los Rebajes me dejaban frío. La pelota era otra cosa: Yo tenía la impresión de ganarme unos segundos en el cielo cada vez que entraba y me iba al área entre dos desesperados que presumían de carniceros y asesinos. Me acuerdo de un viejo como número 2 de Veintiséis años, de vincha y medalla de la Virgen, que para asustar A LOS delanteros les contaba que debía una muerte en la provincia de La Pampa.


Lo recuerdo con cierto cariño, aunque me arruinó una pierna, Porque era él quien me colocaba el día que hice mi primer gol. Pegaba tanto el tipo, y con tanto entusiasmo que,, como al legendario Rubén Marino Navarro lo llamaban Hacha Brava. Jugaba inamovible en la Selección del Alto Valle y en ese lugar y en Aquellos años Pocos eran los árbitros que arriesgaban la vida por una expulsión.


Mi novia no Iba a los partidos. Estudiaba para maestra Y todavía la veo con el guardapolvo a la salida del colegio, buscándome con la mirada. Un día que mis padres Estaban de viaje le exigí que viniera a casa, pero todo fue un fracaso con llantos, enojos y reproches. Tal vez leerá estas líneas y recordará el perfume de las manzanas de marzo, su miedo y mi torpeza inaudita.


Por un par de meses, antes de que yo la conociera, ella había sido la novia de nuestro zaguero central y alguien me dijo que el tipo se vanagloriaba de Haberle puesto una mano Debajo de la blusa. Eso me lo Hacía insoportable. Estaba tan celoso de Aquella imagen del pasado que casi dejé de saludarlo. El chico era alto, bastante flaco y pateaba como un caballo. Yo me mordía los labios, allá arriba, en la soledad del número 9, cuando me fauleaban y el se Llevaba La gloria del tiro libre puesto en un ángulo como un cañonazo. Si lo nombro hoy, todavía receloso, es Porque Participó de Aquella victoria memorable Porque sin su gol y el mío no habría tenido la gloria que tiene.


Mi novia admitía haberlo besado, pero negaba que el odioso personaje le hubiera puesto la mano en el escote. A veces yo me resignaba una creerle y otras partía como si una aguja me atravesará las tripas. Escuchaba ¬ mos un Billy Cafaro y quizás a Eddie Pequenino pero yo no Iba a bailar Porque eso me parecia cosa de blandos. En realidad nunca me animé y más tarde si, ya en Tandil, caí En algún asalto o en una fiesta del club Independiente, la FUE Porque Estaba completamente borracho perseguía Y a una rubia inabordable.


Pasábamos el tiempo en el cine, acariciándonos por Debajo del tapado que nos Cubría las piernas, y creíamos que su padre no se enteraba. Tal vez era así: andaba inclinado, ausente, Masticando el Charuto apagado, neurótico por el humo y el calor de la cabina de proyección. Pero la madre no nos sacaba el ojo de Encima y desgraciada Aquella tarde de invierno irrumpió en la boletería Y empezó a darle de cachetadas a mi novia.


Después supe que hacíamos el amor todos los días, pero en aquel entonces suponía que había una sola Manera y posible que si ella la aceptaba, el más glorioso momento de la Existencia habría ocurrido al fin. Y ese instante, en una vida vulgar, sólo es comparable un otro instante, Cuando la pelota entra en un arco de verdad por primera vez, y no hay más Dios feliz que ese tipo que festeja con los brazos abiertos gritándole al cielo.


Ese tipo, hace treinta años, soy yo. Todavía voy, en un eterno repetir, A LOS buscar y abrazos escucho en sordina el ruido de la tribuna. Sé que estas confesiones contribuyen a mi desprestigio en la alta Torre de los escritores, pero ahí sigo, al acecho entre el 5 que me empuja y Hacha Brava que me agarra de la camiseta Mientras estamos empatados ala de las Naciones Unidas y de Jopo Brillantina a la tira de las Naciones Unidas Centro rasante, al montón, un pase que lo. Se me ha cortado la respiración pero estoy lúcido y frío como un asesino a sueldo. Nuestro zaguero central acaba de empatar con un terrible disparo de treinta metros que pecar y FESTEJADO abrazarlo en Contragolpe este, casi sobre el final, intuyo Secretamente que mi vida cambiara para siempre.


El miedo de perderme en la maraña de piernas, en el infierno de gritos y codazos, ya pasó. El 10, Que es un veterano de mil batallas, llega en diagonal y Piña Porque la pierna derecha sólo le sirve para tenerse parado. Inexorablemente, ese gesto fallido descoloca a toda la defensa y la pelota dando vueltas una venta espaldas del 5 que gira desesperado para empujarla al córner. Entonces aparezco yo, como el muchachito de la película, ahuecando el pie para que el tiro no se levante y le pego fuerte, cruzado, y Aunque parezca mentira Aquella imagen Toda ¬ vía perdura en mí, cualquiera sea Esté donde el hotel.


Igual que la otra, a la hora de la siesta, en una butaca del cine Rota desierto. Nos besamos Y sin buscarlo, Porque las cachetadas Todavía le arden en la cara, mi primera novia se abandona por fin y me Recibe Mientras sus pechos que alguna vez consintieron la caricia de nuestro despreciable zaguero central trotan y tiritan, Broncan y brincan, que hoy Nuestras Vidas Están junto a otros y mi hotel queda tan lejos del suyo. "

En "Cuentos de Los Años Felices"
De Osvaldo Soriano

No hay comentarios: